No todas las casas son simples refugios, algunas cuentan historias. La de Fernando Buisán, en Monflorite, es una de esas: más que un hogar, es un archivo vivo, tejido con recuerdos y principios. En sus muros se alinean imágenes de juventud y lucha, de un despertar activista que nunca se ha apagado.
Los objetos hablan con voz propia. Recortes de prensa del convenio del metal, testimonios de su implicación en Comisiones Obreras, fósiles ordenados en baldas como cápsulas del tiempo, vasijas de barro, herramientas oxidadas, estampas de los Mallos de Riglos y del Pirineo, láminas de setas, un cartel histórico de San Lorenzo y otro que reivindicaba un nuevo centro de salud para el Perpetuo Socorro. Y como símbolo de dedicación serena, una botella de pacharán elaborado por él mismo, con la calma sabia de quien entiende los ritmos de la tierra.

Y del techo, sin orden aparente pero con lógica emocional, cuelgan panochas de maíz, lecheras, botas de vino y banderolas de Tío Pepe: una constelación suspendida entre lo festivo y lo rural, entre la memoria y la celebración.
A Fernando le hacía especial ilusión que el Coro de la Universidad Ciudadana actuara en Monflorite e Isabel Arilla, directora de esta constelación vocal tan particular, no dudó: cuando se trata de acompañar a los suyos, no hay excusa válida.
El alcalde, Jesús Manuel López Ateza, dio el visto bueno a la iniciativa e incorporó a la formación musical en la última jornada de las fiestas. Así que los siguientes pasos estaban claros: ensayos intensos, poner las partituras en orden y planchar el uniforme de gala.
Ese día, Fernando irradiaba una mezcla entrañable de nerviosismo y alegría. Me recordó a mi madre recibiendo invitados en los cumpleaños familiares: personas muy queridas, sí, pero con esa responsabilidad hospitalaria de que todo esté perfecto.
Y, a juzgar por las viandas que llenaban la mesa, Fernando, con su querida Azucena, no escatimó esfuerzo: había preparado con generosidad y detalle, como quien sabe que agasajar también es una forma de agradecer.
Estuvo pendiente de todo: de los mínimos gestos, de los deseos no pronunciados, del ritmo del día. Fue el anfitrión perfecto, porque a todos nos hizo sentir como en casa.

Y cuando el repertorio abordó en la iglesia el S'ha Feito de Nuey, la emblemática canción de Pepe Lera, la interpretó con la emoción de quien canta para su gente desde lo profundo de su historia y su territorio.
La paellada que siguió fue la excusa perfecta para que la música diera paso a las risas, las anécdotas y para profundizar en las relaciones. Así, entre voces y cucharas, se selló otra cita inolvidable. Gracias, Fernando, gracias, Monflorite, por abrirnos vuestras puertas con tanta generosidad.