El Coro de la Universidad Ciudadana en la residencia Rey Ardid: cuando la música invoca la memoria compartida

Algunos residentes comparten las emociones que les despierta y los recuerdos que vuelven al presente

09 de Abril de 2025
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El Coro de la Universidad Ciudadana, en la Rey Ardid

No importa de dónde seas ni qué edad tengas: la música despierta unos sentimientos perfectamente identificables y compartidos que conectan generaciones y espíritus. Hay melodías que, al sonar, nos devuelven de inmediato al calor de la infancia, a las celebraciones familiares, a aquellas reuniones donde la vida se expresaba con naturalidad entre canciones, palmas y risas.

Me contaba mi tía Domi que, en su niñez, los pueblos carecían de distracciones modernas, así que cuando acababan las clases o el trabajo en el campo, mi padre y mis tíos sacaban la guitarra, la bandurria y el laúd, y el resto de hermanos —ella la primera, siempre la más vivaz— cantaban y danzaban como forma de encuentro y alegría cotidiana. Esa importancia de la música como nexo familiar y social también la viví de pequeña, en tantas sobremesas o fiestas en casa, donde cantar era una forma natural de estar juntos, de celebrar y de recordar.

No hay fronteras entre el ayer y el hoy cuando la música despierta las emociones más profundas. Eso fue precisamente lo que sucedió este martes, 8 de abril, durante la actuación del Coro Popular de la Universidad Ciudadana, dirigido por Isabel Arilla, en la residencia Rey Ardid de Huesca. Lejos de ser una mera interpretación musical, el evento generó un ambiente emocional muy cercano a aquel que evocaban las historias de mi tía: el canto como puente invisible entre personas, edades y épocas.

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La emoción se reflejaba con nitidez en los rostros de los residentes, donde la música despertaba no sólo recuerdos, sino todo tipo de sensaciones. Mientras sonaban Alma, corazón y vida o Cielito lindo, los pies se movían instintivamente, algunas voces se unían espontáneamente al coro y no faltaron quienes, entre risas o lágrimas, revivieron escenas no sin cierta añoranza.

Me encanta la música; mira, se me pone la carne de gallina, me encanta el cine, me ha encantado todo, y la vida”, decía con entusiasmo Pepa Sagredo, y su testimonio resumía el sentir general. Maribel Fenestra compartía su aprecio por la música antigua y el gozo de escuchar a agrupaciones vocales como el Coro de la Universidad Ciudadana.

Para Mercedes Zapater, la preferencia se inclinaba hacia los temas de siempre, aquellos que acompañaron su vida desde la niñez. Recordaba con orgullo a su hermano, integrante de la banda militar de Valladolid, y luego músico en Huesca, y también a su padre, hábil guitarrista. 

Los bailes de juventud también afloraron con fuerza. Carmen Bernués evocaba aquellos tiempos con lucidez y sentido del humor: “Nos pedíamos un platico de olivas con un poquico de vermú, nos invitaban los mozos y nos tomaban el pelo: ‘A que sabemos lo que estáis pensando, en cogeros la más gorda’. Y otros decían otra barbaridad parecida para que nos riéramos”.

La pobreza material contrastaba con una riqueza emocional que todavía perdura. “Había poco dinero pero mucha alegría de juventud y ganas de pasárselo bien”, aseguraba. Y también estaban las estrategias para encontrar al mejor bailador: “Cuando aprendas ven, que bailaremos más, ya vale con una pieza”, comentaba entre risas. 

Maribel, Mercedes y Elena. Foto Myriam Martínez
Maribel, Mercedes y Elena. Foto Myriam Martínez

El repertorio seleccionado por Isabel Arilla  fue un delicado ejercicio de equilibrio entre la nostalgia y la belleza artística. Desde la vivaz Do, re, mi hasta la emotiva Olvidar, pasando por la melancólica Zamba o la festiva Tourdion, cada pieza parecía abrir una puerta distinta a los recuerdos. Signore delle cime ofreció un momento de recogimiento, de homenaje silencioso a los ausentes. No se va la paloma flotó como un suspiro entre el deseo de permanencia y el inevitable paso del tiempo. Dona nobis pacem, con su invocación a la paz, cerró ese fragmento del programa con una serena solemnidad.

Pero el cierre verdadero llegó, cómo no, con la tierra. La tierra entendida como origen, como raíz, como vínculo emocional. Elena lo expresó con orgullo: le encanta La Ronda de Boltaña porque son de su pueblo, los conoce a todos, y por eso la interpretación de Aqueras montañas tuvo una carga simbólica aún más profunda. Isabel Arilla, con natural autoridad y ternura, la entonó acompañada por sus pupilos, fundiendo voces y emociones en un canto directo a los ojos.

La música nos devuelve a lo esencial: al deseo de compartir, al valor de lo vivido, a la dignidad de lo recordado. En la residencia Rey Ardid, el tiempo se suspendió, las edades se igualaron y la vida —como decía Pepa— se reveló en toda su plenitud.

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