La trayectoria universitaria del jurisconsulto Andrés Lasauca y Collantes (1753-1822) señala un modelo repetido a finales del siglo XVIII: procedente de una familia distinguida de Zaragoza, obtiene los grados universitarios menores en la capital del Reino, para pasar a completar su formación y obtener los grados superiores de licenciado y doctor en la Universidad de Huesca, en este caso concreto tanto en Derecho Civil como en Jurisprudencia Canónica. Que seguidamente regentara cátedras en esta universidad y que las orillas del Isuela fueran la pista de despegue de una carrera brillante completaba el patrón.
Hubo otros zaragozanos que consiguieron igualmente el apetecido objetivo de ser colegial -como Lasauca- en San Vicente, o en el Colegio de Santiago, ambos de reconocido prestigio nacional. El renombre de esta ciudad constituía una carta de recomendación apetecida para quienes querían hacer carrera jurídica. Otro caso similar fue el de Victorián de Villaba, reputado jurista de finales del XVIII, con quien coincidió Lasauca en el Colegio de San Vicente. Pertenecía Villaba también a una de esas distinguidas familias zaragozanas que procuraban que sus vástagos culminarán su educación en Huesca:
Terminados estos estudios [Escuelas Pías] opta por seguir la tradición familiar y comienza las carreras de filosofía y de leyes en la Universidad de Zaragoza y termina esta segunda en la de Huesca, en aquellos momentos universidad de mayor prestigio que la cesaraugustana (Carlos Franco de Espés, 2014).
Más adelante, en Zaragoza [extraemos los datos biográficos de historia-hispanica.rah.es] Andrés Lasauca se incorpora a la Academia Jurídico-Práctica y consigue una plaza como abogado en la Real Audiencia, para pasar a abogado en Madrid. En 1788 es nombrado por Carlos IV Fiscal en la Audiencia de Oviedo y en 1795 ministro de lo civil de la Audiencia de Aragón, de donde salta a Regente de la Audiencia de Oviedo en 1799. En 1802 es promovido al Consejo de Castilla, el órgano jurídico más importante del Reino, en el que permaneció hasta 1820. Durante la Guerra de Independencia, habiendo sido depurado por José Bonaparte, participó en la Cortes de Cádiz, militando entre los constitucionalistas moderados. Esta moderación sin duda ocasionó que pasara a cesante en el Trienio Liberal. Su firma aparece con frecuencia en procesos del Consejo de Castilla.
El crédito de la Sertoriana constituía un trampolín hacia los órganos de gobierno del estado. Parece que el buen hacer laboral y la fidelidad a la Corona iban de la mano en los graduados oscenses, lo que conecta con la permanencia de Lasauca en el Consejo de Castilla el resto de su vida profesional salvo en momentos políticos de tensión extrema como fueron el Gobierno de José Bonaparte y la revolución liberal de 1820 -según hemos señalado-.
Su labor profesional en sus dos periodos asturianos (1788-1795 y 1799-1802) sería acertada pues le catapultó al Consejo de Castilla, contando con que se desarrolló en circunstancias históricas de agitación política y social excepcionales: tras la muerte de Carlos III (14/12/1788) e inmediatamente a la proclamación como rey de Carlos IV, se produjo la convulsión de la Revolución Francesa (5/5/1789). A los firmes avances en la Ilustración en tiempos del muy capaz Carlos III, sucede –con el menos competente Carlos IV- la difícil convivencia de los deseos de progreso y el temor a que se extendiera la revolución en España.
Mientras Lasauca desempeña la máxima autoridad judicial en el Principado, Jovellanos permanece en su Gijón natal vigilado por el Gobierno (desde 27/8/1790), hasta que es nombrado ministro de Justicia (13/11/1797) y se instala en Madrid, pero vuelve tras ser destituido (15/8/1798). Jovellanos, que había sido elevado por Manuel Godoy, es sustituido como ministro de Justicia por José Antonio Caballero. Se impone el ala más conservadora del gabinete de Carlos IV, cayendo junto a él lo más granado de la Ilustración, Cabarrús, Saavedra y otros como Menéndez Valdés. Pero en realidad Jovellanos se siente liberado y, como apunta en su Diario, después de la «borrascosa época» de la Corte, le llega «el regreso al hogar»: "Nada me ocupa de cuanto dejo atrás" (vid. Manuel Fernández Álvarez, 1988).
Su gran afán ahora va a ser impulsar el Real Instituto de Náutica y Minerología. Tal vez no sea coincidencia la vuelta de Lasauca a Asturias -pero ahora como máxima autoridad jurídica- con el apoyo al Instituto: el Gobierno le destina 60.000 reales anuales (abril, 1799). En el cierre de este curso expone su idea sobre la ciencia, contraria al aristotelismo: "La gloria de abrirlas [las tinieblas de la Filosofía Natural] de par en par estaba reservada al sublime genio de Bacon («Oración sobre el estudio de las Ciencias Naturales", 1/4/1799). Lasauca estuvo perfectamente al tanto sin duda, como de cuanto se explicaba en el Instituto.
Esta apuesta de Jovellanos por el empirismo no resultaba escandalosa para un Lasauca formado en la Sertoriana, Universidad que tenía como referente al reformista Conde de Aranda. Quien se encargaba de malquistar a la Corte contra los ilustrados más brillantes era el ministro José Antonio Caballero, inmediato superior de Lasauca.
A partir de 1890 vive Jovellanos en Gijón bajo un destierro encubierto, empeñado pues en impulsar su proyecto de un Real Instituto de Náutica y Minerología. Ante el temor de que con sus enseñanzas pudiera alentar la revolución, es vigilado bajo las órdenes del ministro de Justicia José Antonio Caballero. El ministro solicita a Lasauca que indague “cuanto sepa o pueda saber de su conducta, sentimientos y opiniones, procediendo con la mayor cautela y suma prudencia, pues debe ocultarse cualquier indagación que se haga sobre el caso” [19/11/1800]. La respuesta del Regente muestra estar perfectamente al tanto de los que se enseña en el Instituto gijonés: "No he oído en particular que se les enseñe máxima alguna perniciosa".
La insistencia de Caballero obliga al magistrado a nuevas indagaciones en la sociedad asturiana cuyo resultado transmite al Ministro en parecidos términos exculpatorios [6/12/1800]: “En conversaciones que ha trabado con varios sujetos, los que nunca se han manifestado inclinados a sus opiniones en ninguna materia, y que pudieran tener noticias bastante puntuales de su modo de pensar, nada les he oído referir en particular que pueda parecer digno de especial censura”, y lo mismo en otro informe subsiguiente (vid. Álvarez-Valdés y Valdés, 2002).
No se debe pasar por alto esta ecuanimidad del Regente de Oviedo puesto que era perfectamente conocedor de que la persona investigada era perseguida por el ala política más intransigente del Gobierno y se deseaba encontrar motivos para inculparle. Jovellanos percibe la persecución, que atribuye a la Corte en su Diario: "Dicen que algunos malos paisanos de Madrid tratan de desacreditar el Instituto y que nueva y sorda persecución amenaza" [principio de 1801].
De nada valieron a Jovellanos los informes exculpatorios de la Audiencia asturiana pues poco después recibe Lasauca la orden de apresarlo y llevarlo al destino que se le indique. El Regente de la Audiencia ovetense -cumpliendo la orden de Caballero- conduce al gijonés a León y después a Barcelona (de donde iba a ser trasladado a Mallorca).
La estrecha confraternización del vigilante con el prisionero durante el camino del destierro [de 13/3/1801 a 17/4/1801] ha llamado la atención -y desconcertado- a los investigadores de Jovellanos. El asunto se despacha con la siguiente interpretación: “Hasta ahí llegaba el poder de atracción de Jovellanos, capaz de hacer de su carcelero un amigo”. Nuestra hipótesis en cambio es que Lasauca amaba Asturias y a Jovellanos, su fruto más granado.
Jovellanos recogía en su Diario habitualmente sus impresiones de cuanto iba conociendo. Lo mismo hizo durante el viaje de destierro, pero con la particularidad de que su diario está escrito al alimón con Lasauca. Esto se ha interpretado como que Jovellanos para que sus escritos no levantaran sospechas captó a su carcelero, convirtiendo a su guardián en amanuense. Nosotros en cambio pensamos que la razón tuvo que ser profesional y que, delicadamente, con la excusa de vigilarlo -tal como le habían ordenado- lo protegía.
Nos apoyamos en dos breves pasajes, uno de Lasauca y otros de Jovellanos, en los que se aprecia – a nuestro juicio- una honda identificación entre ambos. El magistrado aragonés expresa su tribulación ante la próxima despedida del asturiano. Conviene fijarse:
«Cumple justamente el mes de nuestra unión [la detención, el 13 de marzo] y roza el día de separamos... [llegada a Barcelona] La hora de nuestra separación se acerca. ¿Qué hado siniestro la ordena?... Pero mi compañero, seguro de su inocencia, se entrega en brazos de la Providencia Divina, y ambos concluimos este Diario, que en tan largo y molesto viaje nos ha ofrecido su honesto e inocente entretenimiento. ¡Demos al cielo algún día el placer de repararle juntos con la misma buena unión que le escribimos!»
¿Cómo debe interpretarse semejante sentimentalidad? El caso Lasauca-Jovellanos nos recuerda la comedia lacrimógena El delincuente honrado [1787, Langreo-Madrid], enorme éxito literario de Jovellanos que precedió la llegada de Lasauca al Principado: el descubrimiento de que el juez que condena a muerte al protagonista es su propio padre no detiene la ejecución. ¿No se produce una plausible coincidencia sentimental entre el juez Don Justo de Lara y Lasauca y entre su hijo Torcuato y el condenado Jovellanos?
El segundo ejemplo que aportamos, correspondiente a Jovellanos, es otro pasaje de su Diario, pero esta vez referido a los momentos posteriores a su liberación del confinamiento en Mallorca [6/4/1808]. Es tan solo una breve alusión de Jovellanos enaltecedora de Lasauca. Sorprende tanto este enaltecimiento que a otro investigador lo califica de increíble:
Resulta increíble la altura moral de Jovellanos, que había de recordar a su vigilante después de liberado él: "Nuestro Lasauca nombrado para la causa del bribón Viguri" (cita de Álvarez-Valdés y Valdés)
Este posesivo encarecedor "nuestro" se halla en la tradición de nuestra mejor literatura, bien conocida por Jovellanos: "Nuestro bilbilitano", "nuestro aragonés", "nuestro español", utiliza Gracián para referirse a los mejores escritores patrios en Agudeza y arte de ingenio [1648]. Nuestra hipótesis es que Lasauca amaba a Asturias con su Jovellanos licenciado en Derecho Canónico como él y opinamos que se trata de impulsos prerrománticos, como en El delincuente honrado.
Para nadie era fácil sobrevivir en aquella España que temía en sus carnes la Revolución. Ni el poderoso Manuel Godoy pudo evitar su propia destitución por el Ministro Caballero [19/3/1808]. Así describe Galdós a Caballero, el enemigo de Jovellanos y superior inmediato de Lasauca:
Nadie podía explicarse su encumbramiento [el de José Antonio Caballero] tanto más enigmático, cuanto que el omnipotente Godoy no pasaba por amigo suyo, mas debió aquél consistir en que, habiéndose introducido en palacio y héchose valer, merced a viles intrigas de escalera abajo, usó como instrumento de su ambición cerca del Rey, la Iglesia; y adulando la religiosidad del pobre Carlos [IV], pintándole imaginarios peligros […], logró hacerse necesario de la corte. […] quien después de haber perseguido a muchos ilustres hombres de su época, y encarcelando a Jovellanos, etc. (La Corte de Carlos IV, cap. 14)
El hábil Caballero, tras defenestrar a Godoy siguió en el poder con José Bonaparte. También Lasauca, que se posicionó contra los franceses como Jovellanos, fue destituido del Consejo de Castilla.
Jovellanos y Lasauca aún coincidirían en las Cortes de Cádiz, Jovellanos como miembro de la Junta Central, Lasauca en calidad de diputado. No sé si volverían a verse en medio de la Guerra de Independencia. También era una guerra civil. Jovellanos murió en 1811 en una España tensionada al extremo.
Nos parece que la sintonía de ambos personajes bebe de un mismo fondo ilustrado y progresista y nos atrevemos a proponer como piedra angular el Conde de Aranda. El Conde, primer ministro de Carlos III, había patrocinado a Jovellanos como Alcalde del Crimen de Sevilla [1767], al tiempo que era nombrado doctor honorífico por la Universidad Sertoriana [1769]. El retrato del Conde con la borla de Doctor inaugura el programa pictórico del Paraninfo oscense cuando estudiaba Lasauca.
El magistrado aragonés sería elevado a la categoría de Regente de la Audiencia de Asturias por su conocimiento de estas tierras y sus gentes y bien seguro que también por su prudencia, pensando la supervisión del incómodo Jovellanos. El autor de El delincuente honrado resultaba un personaje complejo, herido, influyente y no fácil de tratar, admirado y temido por la facción conservadora del Gobierno.
El temple de Lasauca y de otros personajes sobresalientes como Victorián de Villaba o los hermanos Azara se acrisoló en la Universidad de Huesca. Sospechamos que el tándem intelectual -y moral- ‘fidelidad a la monarquía-humanismo ilustrado’ propio de los lares oscenses unió al magistrado con Jovellanos.