Asistimos a una nueva velada de magia en el ya mágico lugar de Robres destinado a espacio para las artes escénicas. A la entradilla inicial que habitualmente hacía Luis Casáus se unió, en esta ocasión, Roberto Nistal. A las preguntas sobre la procedencia del público (Méjico y Brasil se llevaron el trofeo a la lejanía) siguió un prólogo emotivo y madrileño del actor conocedor de las tablas robresinas, que ya desde horas tempranas había anunciado el viaje —foto incluida— de los artistas que esa velada de miércoles sentaron cátedra en el Corral de Comedias.
Estrella Blanco, en el papel de “La Frivolina”, interpretó a una antigua cupletista que vivía sola en su casa-teatro, un espacio íntimo donde, entre recuerdos y canciones, revivía su pasado como estrella del cuplé. La acompañó María Petri, en el papel de persona de apoyo emocional, encargada de ayudarle a vestirse y medicarse, y de servir de hilo conductor de sus pensamientos. Junto a ellas, el teclista Víctor Huedo puso el contrapunto musical y humorístico a la acción.
Frivolina, emocionada al observar que esa noche tenía público, mostró su estado: vivía entre los fantasmas de su juventud, rodeada de objetos testigos de su gloria. De vez en cuando, entonaba viejos cuplés, abría baúles de recuerdos y hablaba con fotos o muebles como si fueran antiguos amantes, directores o espectadores. Mostró una realidad poética y nostálgica, tejiendo un retal divertido y sentido al género del cuplé.
El espectáculo interactuó durante más de una hora con el público, desgranando canciones de la memoria colectiva que fueron banda sonora del Madrid de comienzos del siglo XX. El público asistió en silencio a la emotiva ejecución de "Tatuaje", jalearon y completaron los versos de "La regadera" y rieron con los gestos, movimientos y entonaciones de María Petri, que cantó sus preferencias (“vino tinto con sifón”). La misma que, respetando a la "banda del bastón" —como la definió Estrella—, organizó una Conga para recorrer en animada manifestación el patio de butacas.
Uno de los momentos memorables llegó cuando Frivolina tomó una regadera y entonó: “Tengo un jardín en mi casa, que es la mar de rebonito, pero no hay quien me lo riegue, y lo tengo muy sequito...”. Acto seguido, descendió del escenario y, acercándose al público que la jaleaba, preguntó por los jardines y huertos de cada uno, sus flores, frutos y frecuencia de riego, siempre con el tono pícaro y doble sentido propio del cuplé clásico.
El espectáculo finalizó con una Frivolina enfundada en una capa/abrigo rojo intenso, recibiendo el cariño del público y recordando que la gente, ayer y hoy, sigue queriendo lo mismo: afecto, atención y compañía, aunque con envoltorios diferentes.
"Frivolina es", confesó Estrella Blanco a Luis Casáus, "su madre, su tía, las mujeres que le sonríen en las residencias cuando va a cantarles su repertorio. Frivolina son también esas mujeres aparcadas en la carretera de la vida que tuvieron sus instantes de gloria". También comentó la magia que sintió, tanto por el escenario físico como por el público, su sintonía y complicidad con ella.
La magia concluyó esa noche con el público en pie, homenajeando a los artistas y tomándose fotos con ellos.