El cielo de junio, tan caprichoso, quiso poner a prueba a la Escuela de la Banda de Música de Huesca en su concierto de fin de curso. El Teatro Griego del Parque Miguel Servet se convirtió en escenario efímero de una cita muy esperada por los pequeños músicos, sus familias y el equipo docente que les guía en este aprendizaje donde la melodía es, también, vocación.
La jornada comenzó con incertidumbre,las previsiones meteorológicas no eran favorables. Unos nubarrones amenazantes, que dejaban escapar unas finas gotas de cuando en cuando, obligaron a retrasar el inicio del espectáculo casi media hora.
Como bien explicó Alejandro Escuer, director de la Banda, “el agua puede dañar los instrumentos de madera”.

Bajo esa premisa prudente y viendo que la tormenta no acababa de descargar, Escuer decidió que merecía la pena intentarlo. Parecía que el cielo daba una tregua, así que las primeras notas comenzaron a sonar para llenar el espacio con la magia de bandas sonoras las películas de Walt Disney.
Apenas se habían interpretado unos pocos temas cuando el aguacero se desató con fuerza. Fue una retirada rápida, casi a la carrera, protegiendo los instrumentos, las partituras y entre aplausos del resignado público.
Los asistentes habían podido atisbar el resultado de meses de estudio, de escalas, de disciplina y, sobre todo, de pasión. Y ese destello basta para confirmar que hay relevo generacional a la vista.
La Escuela de Banda de la Banda de Música de Huesca nació precisamente con ese propósito: formar a niñas y niños con inquietudes musicales, no como un conservatorio al uso, sino como un pequeño semillero donde cada alumno importa, donde el trato cercano busca no solo la técnica, sino la conexión con un legado. En cinco años, muchos de ellos podrían estar ocupando un atril en la formación titular.