La galería Iris vuelve a latir con la pintura íntima de Ana María Pueyo

El Pasaje Almériz recupera la luz emocional y el pulso creativo de una autora que transforma cada noviembre en un territorio mágico

20 de Noviembre de 2025
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Ana María Pueyo y su latido más íntimo

Ana María Pueyo ha vuelto a abrir la galería Iris, en el Pasaje Almériz, coincidiendo un año más con las fiestas del barrio de San Martín. Afirma que lo hace “muy contenta” en un momento de su existencia en el que conviven la nostalgia y los recuerdos, “unos regulares y otros mejores”, pero siempre con la satisfacción de seguir adelante, guiada por su convencimiento de que la vida exige lucha y determinación.

Explica que uno de los aspectos más importantes de su trayectoria ha sido enseñar, una labor que considera esencial. Reconoce que no está de acuerdo del todo con el concepto actual de la palabra maestro, pero insiste en que el término sigue siendo “una maravilla”.

Relata el impacto que le produjo recientemente reencontrarse con sus antiguos alumnos de Zaidín, treinta años después, una experiencia que ha vivido con tanta intensidad que asegura haber pasado tres días sin dormir al volver a ver aquellos ojos de niños “que necesitaban saber”, que preguntaban y que mantenían una capacidad de concentración que todavía hoy la conmueve. “Yo aprendí muchísimo, muchísimo”, señala con énfasis, convencida de que ese intercambio marcó para siempre su manera de mirar el mundo.

Cuenta que se especializó en Geografía e Historia, mientras que Joaquín Olivera, su compañero de vida, lo hizo en Matemáticas y Naturales. Ambos podrían haber accedido a un instituto, como hicieron otros, pero decidieron permanecer donde estaban porque aquel entorno les ofreció algo diferente: un acompañamiento total de quienes los rodeaban.

Muchos de aquellos chicos y chicas han terminado siendo casi familia. Su cara se ilumina cuando evoca de nuevo aquella visita a la localidad bajocinqueña, donde volvieron a ver su antigua vivienda y el barrio, "que en sus inicios era un páramo y luego se convirtió en un vergel". 

La galería Iris nació, recuerda, en un momento muy delicado, cuando un problema hepático la obligó a dejar la docencia y se encontró sin horizonte. En aquel tiempo no encontraba luz por ninguna parte. Hasta que su hijo Javier le dijo: “Mamá, ¿por qué no pintas?”.

Y siguió sus indicaciones, al principio sin demasiado convencimiento, pero aquello, asegura, fue “el comienzo de un milagro”. Empezó a intentarlo sin más pretensión que probar, y poco a poco su pintura comenzó a ser reconocida, incluso por artistas italianos que se interesaron por su trabajo.

Aclara que nunca ha hecho nada para promocionarse ni para ser considerada, porque siempre le han motivado otras prioridades: cuidar enfermos, cuidar a su familia y, en muchas ocasiones, olvidarse de sí misma.

Galería Iris de Ana María Pueyo. Foto Myriam Martínez
Galería Iris de Ana María Pueyo. Foto Myriam Martínez

Explica que al principio la pintura funcionaba como un escape, pero ahora disfruta de la libertad de hacer lo que quiere, de crear lo que siente y de dominar aquello que desea.

Y asegura que el resultado le parece fabuloso aunque a otros no les guste, porque considera que las críticas enseñan, igual que las opiniones de cualquier persona que se acerca a su obra. 

Estos días, cuenta, han pasado por la galería decenas de personas, muchas de ellas vecinos del barrio que la visitan cada año. “Se van encantados, con educación y con corrección”, comenta satisfecha. Y admite que ya tiene en mente una nueva pintura que la entusiasma y la inquieta: una idea que le ronda tanto que, dice entre risas, “si pudiera estar sin dormir nada…”.

La naturaleza, afirma, ha sido otra de las grandes fuerzas de su vida y se lamenta de que hoy la han “vuelto al revés”, porque se gestiona desde despachos, sin conocerla de verdad.

Ella la entiendo desde dentro: trasplantando, observando los procesos y comprobando los resultados. “La naturaleza es vida, es todo”, señala. Y añade, con humor y determinación, que tiene tantos proyectos por delante y tantas ocupaciones, que no puede permitirse marcharse todavía.

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Para resumir su recorrido, utiliza una imagen que la acompaña siempre: dos sacos, uno para lo negativo y otro para lo positivo. En el primero se acumulan tristezas, pero insiste en que el segundo está lleno de maravillas y alegrías. Y cree que, cuando ella no esté, algo permanecerá. “Sobre todo de las mamás siempre queda algo importante”, afirma con una serenidad que se refleja en cada rincón de su sala.

En la galería Iris, este noviembre, se puede visitar su pintura, donde se refleja esa manera tan suya de entender la vida como una mezcla de lucha, belleza y gratitud que sigue iluminando el Pasaje Almériz año tras año.

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