Jaume Ripoll conversa con Luis Alegre en Huesca: "Al cinéfilo se le llama friki, mientras que el lector compulsivo es un intelectual"

El balear presentó en el Palacio Villahermosa su libro" Videoclub. Las películas que cambiaron nuestra vida"

Periodista
27 de Octubre de 2023
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Jaume Ripoll y Luis Alegre conversan en Huesca

Jaume Ripoll, cofundador de la plataforma Filmin, y el escritor, profesor y cineasta Luis Alegre compartieron en el Palacio de Villahermosa-Centro Cultural Ibercaja de Huesca una cómplice charla de dos cinéfilos en la presentación del libro Videoclub. Las películas que cambiaron nuestra vida, que ha llevado al mallorquín, director también Atlàntida Film Fest, a visitar por primera vez Huesca.

Ripoll mamó el cine en el videoclub que su padre tenía en un barrio de Palma de Mallorca, y que le dio acceso a títulos que se consideraban “impropios para su edad”. Ya a los 8 años acudía a trabajar al establecimiento paterno y recomendaba películas a los clientes. Ahora lleva 25 años dedicado a la industria del cine profesional.

“La cinefilia establece complicidades y afinidades muchas veces insospechadas. El hecho de ser cinéfilo ya supone una especie de almacén sentimental donde hemos estado los dos a la vez”. Luis Alegre estableció de partida la conexión con Ripoll, al que no conocía personalmente, pero con quien sabía que iba a encontrar “complicidades subterráneas generadas alrededor de esta droga que es la cinefilia”.

Lo tuvo aún más claro cuando leyó Videoclub. Las películas que cambiaron nuestra vida. “Me he sentido profundamente identificado con prácticamente todo lo que dice -se congratuló-. Hay una especie de manera de estar en el mundo y ver la vida que da la cinefilia que provoca mucha afinidad”.

Público asistente a la charla entre Jaume Ripoll y Jesús Alegre.
Público asistente a la charla entre Jaume Ripoll y Jesús Alegre.

Jaume Ripoll confesó que “las conversaciones más memorables alrededor del cine” las ha tenido “con cinéfilos que no se dedican al cine, porque no están condicionadas por la industria, no ven la parte de negocio en el arte”. Citando a Terence Davies sobre que la manera más rápida de perder la pasión por algo es de dedicarte a ello profesionalmente, explicó qué analiza su mente cuando ahora ve una película. “Pienso si la podré comprar, si la podré pagar y sí, una vez pagada, vamos a ser capaces de seducir a los espectadores para que la vean. Por lo tanto, ya no la miro con el ojo del espectador, sino con el ojo del prescriptor-distribuidor. Es una cosa más pragmática y menos artística”.

Precisamente “intentar recuperar ese entusiasmo perdido” fue lo que le llevó a escribir Videoclub. “El proceso de escritura ha sido reconfortante y me he vuelto a enganchar a ver películas y a discutir sobre ellas”, valoró.

Alegre consideró que el libro de Ripoll refleja la personalidad y vida del autor que sintetiza esas dos vertientes del cine. “El cine tiene mucho de industria, negocio, arte, espectáculo, de cultura, de evasión, de entretenimiento, de enriquecimiento personal. Es una manera de reflexionar sobre la vida. Y tú simbolizas la mezcla, eres cinéfilo pero su padre ya era propietario de videoclub y manaste desde tu infancia esa dicotomía”.

Para Ripoll es importante diferenciar cultura, “el cine que te plantea preguntas”, y entretenimiento, “el que evita que te las plantees. Las películas buenas plantean preguntas y las películas malas creen tener respuestas a esas preguntas”, agregó.

En su gira de presentación del libro, muchas personas le preguntan qué película le cambió la vida. No se decanta, son “muchas”, pero contesta que recuerda el día que vio Platoon. La respuesta a la siguiente pregunta sobre cuándo la vio es a los 8 años, ante la sorpresa del interlocutor. “Me apetecía, había visto la carátula de Columbia en el videoclub y quería verla. Mi madre estaba horrorizada de que quisiera ver esa película que no correspondía a mi edad y mi padre, a quien le daban igual esas cosas, me la escondió debajo de la cama para que me la levantara a las 6 de la mañana y pusiera Patoon. La puse muy bajita para no despertar a mis padres, y esa fue la primera experiencia transgresora que me cambió la vida”, relató.

Para Alegre, el libro de Ripoll es una especie de “melancolía por un mundo perdido. Trazas -le dijo- una panorámica sobre estos últimos más de 40 años, en la que marcas muy bien las etapas que ha vivido la distribución de cine, la forma de verlo, de consumirlo. Son los puntos de inflexión fundamentales que han hecho que hayan aparecido nuevas maneras de entender el hecho cinematográfico, la forma de consumirlo”.

El cine lleva 40 años corriendo -agregó Ripoll-, dándose prisa porque pasen cosas constantemente y el espectador es cada vez menos paciente y en ese baile entre la impaciencia crónica del espectador y las prisas porque haya peripecias en las películas, aunque se alarguen, está desarrollándose el cine actual. Y por actual digo de los años 80 a esta parte. Cuando se reflexiona acerca del impacto que han tenido las plataformas online en el cine, yo digo que no ha cambiado demasiado”, aseveró.

El primer cambio lo encuentra en el lenguaje. “Muchos espectadores ya no hablan de películas hablan de contenido. Dicen que la película les ha enganchado, como si la película tuviera la obligación de engancharte. Hay películas que quieren retarte, incomodarte, llevarte a otros extremos, no estar constantemente acariciándote y seduciéndote. Y no todo cine tiene que ser de caricia, tiene que haber otro tipo de cine, el que te rete”, aunque “no necesariamente tienes que querer verlo siempre”.

Recordó que muchas personas pedían recomendaciones en el videoclub y añadían, “pero que no me haga pensar, que para dramas ya tengo la vida. Entiendo que hay momento vitales -apuntó- en los que eso es necesario, pero hay otros donde ese tipo de películas sí te ayudan a anticipar los problemas que te vas a encontrar en la vida. Son conversaciones que quizá no has tenido con tus padres, que seguro que no has tenido con tus profesores, que ya no tienes con tus curas, y que de alguna manea el cine sí te permite, porque no te escucha pero sí te habla. Y ese es un cine que creo que también es necesario reivindicar”, remarcó.

Se refirió Ripoll a lo que denomina el síndrome del turista en el gran museo, con poco tiempo para muchísimas obras de arte, comparándolo con el cine. “Se acaba viendo la nostalgia y la novedad, lo que me dicen que tengo que ver y lo que ya he visto y quiero volver a ver, y en ese estado constante de turista en un gran museo es como nos sentimos muchas de los espectadores, yo el primero”. A esta reflexión sumó que “es difícil combatir la idea de abandonar ese museo sin haber visto todo lo que creía que tenía que haber visto, y con la sensación de que quizá no estaba dispuesto a descubrir. Porque la única manera en que uno puede descubrir es aceptar que se puede perder, y perder significa perder tiempo, elegir películas que nos decepcionen, y esos son los estados que como espectador nos estamos encontrando ahora frente a esa idea de abundancia que nos sobreviene desde hace posiblemente 10 años o mayoritariamente desde hace 3 o 4”.

Alegre destacó, entre otras cualidades del libro de Ripoll, “la libertad mental” con la que está escrito. “Eres una persona con muy pocos prejuicios, que no eres nada fanático ni fundamentalista de nada, que estas abierto a todas las posibilidades, que no juzgas a nadie, ni siquiera a ti mismo, porque no hayas visto Lo que el viento se llevó”, una de las confesiones que hace.

Jaume Ripoll mostró su queja porque “en este país se reparte demasiadas veces el carnet de buen y de mal cinéfilo y estoy cansado de recibir el carnet de mal cinéfilo por ver las películas en la plataforma y no una sala de cine”. Para el autor de Videoclub es importante reivindicar “que cada uno disfrute del cine como desee”, y apostilló que “el camino más corto para que alguien abandone cualquier posibilidad de ser cinéfilo es que alguien te diga: ¿no has visto Fellini?, qué mal, ¿no sabes quién Pasolini ni Visconti? No me digas que no sabes quién es… lo que sea, es para dar guantazo a quien te lo dice. Así no vas a conseguir que alguien se enamore, se entusiasme”.

La primera vez que atendió Ripoll en el videoclub Hollywood tenía 8 años y le hacía mucha ilusión. “En algún momento me lancé a recomendar películas -relató- y supongo que al cliente le pareció sorprendente que un niño pequeño, obeso, con acné le preguntara si quería que le recomendara una película”, y eran cintas que en teoría no podía ver por su edad. “Cada vez había más clientes a los que les hacía gracia que el chico ilegal les recomendara películas. El boca a boca funcionó y pasaron los años hasta que a los 16 pude empezar a cobrar”, en los meses de verano que trabajaba en el establecimiento.

Recordó Ripoll que el videoclub tuvo dos auges y caídas. “El primer auge es en la España de los 80 hasta las 90, que es cuando llegan las televisiones privadas y muchos videoclubs desaparecen. Y a los dos o tres años posolimpiada, con la crisis del 93, el ciudadano medio quiere algo más, no puede pagar Canal Plus y vuelve al videoclub, un entrenamiento más barato que salir a comer o cenar. Del 94 hasta el 2005 es la siguiente gran época dorada de los videoclubs en este caso la que marca el VHS hasta la inclusión del DVD en el 2000 y llegan los cajeros, esos monstruos de metal que nos distanciaron del empleado y del videoclub, y en el 2004-2005 hubo un cierre más paulatino" que en la primera caída, "cuando desapareció el 70 % del mercado español”

Sobre el futuro, Ripoll afirmó que, en los próximos 10 años, “es obvio que habrá reestructuración de las plataformas, que habrá un encarecimiento, porque el modelo actual - en el que uno crea que puede tenerlo todo por 10 o 12 euros- es insostenible. El cine es mucho más caro que la música y no puedo pretender tener el mismo modelo”. Respecto a las televisiones, apuntó que “han ido mutando, pero siguen estando ahí. El directo es más válido que nunca, los realitys siguen teniendo fuerza, el deporte mantiene un papel hegemónico... Creo que eso no cambiará demasiado, seguro que habrá formas interactivas, pero, aun así, los espectadores querremos sentarnos y ver una película con presentación, nudo y desenlace. Soy bastante conservador hablando en términos de futuro”, agregó.

Tras la confesión de Alegre sobre su “síndrome de Diógenes cinéfilo”, un aspecto que consideró friki, Ripoll apuntó: “Si en lugar de VHS tuvieses es libros, la percepción del invitado a tu casa sería diferente. Hay esta idea en la que al cinéfilo se le llama friki, mientras que el lector compulsivo no es un friki, es un intelectual. Da rabia y frustración. Por supuesto, soy obsesivo. Si vi Platoon a los 8 años, imagínate cómo voy a acabar a los 46. Un verano en Calviá -contó- me ponía siempre Traidor en el infiero, de Billy Wilder. A mi padre le hizo mucha ilusión ver a su hijo viendo una película de su época, en blanco y negro”, pero fueron pasando los días y seguía embelesado con la cinta, y “al octavo quitó el VHS de casa para que no siguiera viéndola".

Durante la conversación Alegre y Ripoll también estuvieron de acuerdo en criticar el olvido del cine en los planes de estudio en España. Tras “no sé cuántos ministros de educación, con no sé cuántas reformas educativas, el cine sigue estando en una nota a pie de página, en formación extracurricular o para llenar los huecos de las semanas previas a Navidad y Semana Santa, o también en la voluntad de profesores extraordinarios que ponen su esfuerzo en algo que no es curricular. Es un problema real, de país, que han obviado todos los presidentes habidos y, de momento, los venideros”, lamentó Ripoll.

Otra de las reflexiones en esta conversación fue que se camina hacia “una mirada sobreprotegida en lo audiovisual; no en lo museístico, porque uno puede pasearse por Museo del Prado y ver niños decapitados uno detrás de otro y nadie pone el grito en el cielo. Pero eso trasladado al audiovisual provoca a cierta parte de la sociedad por la incapacidad de mirada o pensamiento crítico, y eso afecta a todo tipo de tendencia política, y tiene que ver con la idea de exponerse a esa incomodidad y a ese análisis desde una edad temprana, cuando somos esponjas y no somos erizos”, resolvió.

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