Partiendo del anuncio de su último libro, Les batalles de Barcelona, el escritor Jordi Amat participó en un diálogo con la politóloga Cristina Monge en la sede de la Fundación Ibercaja de Huesca, dentro del ciclo de actividades organizado por la sede pirenaica de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP). Ambos conversaron sobre la obra de Amat, la deriva del procés, la crisis de las clases medias, la inmigración y los dilemas de la izquierda actual.
La conversación comenzó con El hijo del chófer, “un antes y un después en tu carrera, en tu proyección, en tu pensamiento”, señaló Monge, un libro que “dio las claves de muchas cosas para entender al menos una parte de lo que estaba pasando en ese momento”, añadió.
Amat recordó que se había formado en una escuela, una familia y un entorno social “químicamente convergente”, y evocó el inicio del procés, cuando publicó el ensayo Largo proceso, amargo sueño, sobre la historia cultural de la Cataluña de posguerra, en el que “marcaba distancias” con su mundo de origen. Empezó a escribir en La Vanguardia “en ese contexto en el que, de repente, no había nadie de menos de 40 años que tuviese una posición no tanto equidistante como distanciada respecto a las posturas más extremistas que colonizaban el debate público”, explicó. Esa mirada se concretó más tarde en La conjura de los irresponsables.
Por entonces, recordó, vio en un canal de noticias que la persona a la que debía entrevistar había asesinado a su mujer antes de suicidarse. “Pensé: conozco a pocos asesinos potenciales, qué curioso habría sido entrevistarlo. Y era Alfons Quintà, el hijo del chófer”.

A partir de ahí, se obsesionó con el personaje, “que era al mismo tiempo mi obsesión por comprender lo que había sido el el lado oscuro del pujolismo y de ahí salió ese libro”, señaló. “Para escribir ese libro conocí a gente del poder local porque me invitaron a formar parte del Círculo de Economía, una institución representativa de la burguesía barcelonesa. Entendí cómo se comporta la gente del poder, y descubrí que de eso apenas se escribe, porque el poder se esconde. Ese conocimiento cotidiano de políticos, financieros y empresarios fue muy útil para comprender el mundo en el que había sido posible que un psicópata de esa naturaleza triunfase”.
Monge destacó que el libro “es también un ensayo sobre el poder, y lo deja en muy mal lugar, porque sacas lo peor”. Amat reconoció que esa es una de las críticas que se le hace: “Las cosas no cambian si no hay poder, y pueden cambiar para bien. En el libro eso no se contemplaba: era la parte oscura mostrada a través de aquel personaje, una historia del poder y también, de alguna manera, una historia de la transición. En un momento en que el relato, ni siquiera entre quienes lo habían defendido de manera militante, podía sostenerse con la misma profundidad después de las confesiones de Jordi Pujol y del caso de Juan Carlos. Esas dos figuras icónicas revelaron problemas serios en su trayectoria, lo que obligaba a evaluar ese periodo de manera distinta. Era una obligación cívica contar todas las caras posibles si se dispone del material suficiente. Y el libro, que no nació con esa pretensión, acabó funcionando así”.
En ese sentido, explicó que ha conocido muchas cosas después de publicarse el libro, como que “Felipe González hizo que se parara la campaña contra Banca Catalana. Son cosas que quizá es tranquilizador no saber, pero al mismo tiempo es obligado contarlas”.

Sobre la situación actual en Cataluña, Amat ironizó: “Hemos tenido la capacidad de exportar el procés al resto de España. Es una aportación catalana de indiscutible brillantez”. Su “caída del caballo”, dijo, fue el 1 de octubre de 2018, un año después del referéndum. “Me invitó el Ayuntamiento a un acto en la antigua cárcel Modelo, donde el público aún respiraba el fervor. No paraban de pasarse por la tele documentales para que ese sentimiento tan potente de la violencia horrible de la policía ese día se grabase a fuego en la memoria colectiva de los catalanes. Pero yo conocía a mucha gente que ese día no salió de casa y tuvo miedo sobre cómo sería su futuro a partir del día después. Y yo les interpelaba diciendo ¿Habéis pensado en el vecino del rellano? Y era que no. Siempre había argumentos para no tener que pensar en la persona con la que convivías. Y eso que incomodaba en buena medida ha desaparecido".
Monge le preguntó si la frustración de quienes sintieron que todo aquello no sirvió para nada había funcionado. “En pocos lugares hay dos extremas derechas con tanta posibilidad de crecimiento como en Cataluña -respondió-. La extrema derecha independentista es fruto perfecto de la frustración. De la misma manera que el acelerón de VOX tiene que ver con esa problematización muy seria de la nación española. Porque hubo algo que espero no volver a vivir, que es ser consciente de lo que es un vacío de poder; esa incertidumbre en un contexto de calidad de vida como en pocos lugares en el mundo".
Citó lo que considera un problema para acabar de hacer esa interpretación del fracaso del procés: “Los líderes de entonces siguen siendo los de ahora. Estar atados a ese momento, que ya es de memoria, dificulta una lectura crítica, aunque cada vez es más extensa. Solo hay que ver la diferencia entre la movilización de entonces y la de ahora. Algo que ayudó a frenarla fue el covid, que paralizó la calle y no se reactivó”.
Monge observó que “el procés robó todos los debates: no había problemas de vivienda, ni de medioambiente, ni de pobreza, ni de despoblación”. En ese punto se refirió al nuevo libro de Amat, Les batalles de Barcelona, donde “muestra una ciudad diferente, que se preocupa por otras cosas, que ha ido evolucionando al mismo tiempo que el mundo cambiaba”.
Amat explicó que el libro parte del intento de desalojo de la Casa Orsola, un edificio a cien metros de su vivienda, convertido en símbolo del conflicto entre el derecho a la vivienda y la especulación. “En este libro voy desnudo todo el rato”, confesó. “Soy muy consciente de mis privilegios desde niño, porque me parece muy injusto no serlo. En el edificio, el único que seguía viviendo de alquiler era un profesor de instituto. Y lo iban a desalojar. Una miembro del sindicato Llogateres habló del miedo a recibir el burofax.¿Qué pasa en una ciudad donde la gente que ha nacido o ha llegado y que trabaja no puede vivir en ella? La pregunta es: ¿es esa una ciudad democrática? Y mi conclusión es que no”, resaltó.

Añadió que alguien "legítimamente compró el edificio para alquilar pisos reformados a gente que gana mucha pasta, la mayoría con sueldos de otros países y que pueden tener aquí una vida de lujo más barata. Y eso roba la identidad de la ciudad”, consideró. ”.
Su reflexión fue cómo ha sido el desarrollo de éxito de su ciudad "y cuál puede ser la resaca de ese éxito. Es decir, a partir de qué momento se extiende un proyecto común entre ciudadanía, élites locales y política para ir consolidando esa ciudad democrática y cuándo el capital identifica el éxito de la ciudad como una oportunidad de negocio descomunal”.
“Quería ver cómo lo había abordado la cultura en estos 50 años -añadió-. Qué significaba Vicky, Cristina, Barcelona, de Woody Allen, y por qué hay tantas novelas recientes escritas por mujeres que viven en Barcelona y que sus protagonistas son víctimas del malestar. Esta es la historia de una crisis de identidad muy intensa sobre lo que significa ser ciudadano en nuestras ciudades”.
Monge abordó la llegada creciente de élites globales que compran pisos de lujo al contado y cómo eso afecta a las clases medias, atrapadas entre el miedo y la falta de futuro. Para Amat, ese factor ayuda a entender el procés. “¿Porque las clases medias se suman a un proyecto utópico de ruptura, de alguna manera revolucionario? Y es básicamente porque no quieren perder estatus. Si España nos roba, dejará de hacerlo. Pero así desaparece de la noción democrática la conciencia de la redistribución”.
“No es un momento fácil -añadió-, porque hay ofertas políticas que se basan en el miedo. Y ese miedo lleva a justificar el repliegue con los tuyos como solución para enfrentaarse a un futuro que se ve oscuro. Por eso la responsabilidad democrática de enfrentarse a los miedos no me parece necesaria, pero también es fundamental entender la legitimidad de los miedos de esas personas a quienes el sistema ha dejado de lado”.
Puso como ejemplo el desalojo en Badalona de un edificio donde vivían 400 subsaharianos: “La gente del barrio, que no es rica, solo quiere que se vayan. Necesitan que el Estado proteja su confort y su seguridad, y sienten que eso no ocurre. La política ha dejado de verlos. Hay que hacerlos visibles y entender su desamparo, porque ignorarlos es injusto y políticamente peligroso, ya que ahora existe una alternativa dura que les promete volver a un lugar que nunca existió, pero les da esperanza. No entender esa necesidad de esperanza es no hacer buena política democrática”.

Monge planteó que no existe una política migratoria clara en las izquierdas europeas. “No me gusta que me hagan esta pregunta -contestó Amat-, porque la primera respuesta que me viene a la cabeza es jodida. En una izquierda basada en el respeto a los derechos humanos, ver al que viene como un problema genera un problema de conciencia enorme. Las ideas de izquierda sobre inmigración no pueden basarse en su noción tradicional, porque resultan decepcionantes frente a la realidad en la que estamos. No me gusta que sea así, pero creo que esa es la realidad”.
También observó la predisposición de una parte de esta inmigración, que viene de unas condiciones materiales terribles, a la sumisión. "Una sociedad enferma cuando se estructura con un mercado de trabajo formado por gente dispuesta a ser vista y tratada desde una posición de inferioridad de manera natural. Y eso está ocurriendo aquí, con una diferencia respecto a otros países: que las personas que han venido a trabajar encuentra trabajo mal pagado y están dispuestas a hacerlo”.
Amat llamó la atención sobre que “el progreso de nuestra sociedad, que al principio de la década de los 60 estaba en subdesarrollo, había hecho inconcebible que alguien accediese al mercado de trabajo solo para sobrevivir. Y por tanto, la pregunta de la incapacidad para dar una respuesta desde los derechos humanos o desde una sociedad avanzada al reto que se nos ha planteado, tiene que ver por pensar básicamente en por qué no respetamos las condiciones laborales de estas personas”, afirmó.