Por encima del cantautor con mochila, más allá del presentador que recorrió caminos con paso lento y voz grave, José Antonio Labordeta fue también un político con las botas manchadas de barro. Y eso, precisamente, es lo que ha querido rescatar Conrad Blásquiz Herrero en su libro José Antonio Labordeta, diputado del pueblo (Pregunta Ediciones), presentado en la 41ª Feria del Libro de Huesca: la historia no contada -o contada a medias- de su paso por el Congreso de los Diputados.
“Este libro es un homenaje”, resume Blásquiz, como quien hace justicia con una biografía política muchas veces eclipsada por la fama del artista. Y es que, como él mismo recuerda, en 2025 se cumplen 25 años desde que aquel profesor de instituto, ya con 65 años y una vida a cuestas, entró en el hemiciclo con un acta de diputado de la Chunta Aragonesista bajo el brazo. Fueron ocho años de intensa actividad parlamentaria, que se tradujeron en más de 8.100 iniciativas. Pero, para la mayoría de los españoles, su legado político quedó reducido a tres palabras: “A la mierda”.
Una expresión, tan espontánea como histórica, que brotó del hartazgo, del desprecio recibido desde parte del Partido Popular, de los insultos que algunos compañeros de escaño le dedicaban. “Fue un estallido natural, como lo hubiera tenido cualquiera. Pero Labordeta no se lo callaba. Ni en el Congreso ni en la calle”, explica el autor.

Blásquiz no mitifica, pero sí reivindica al político que puso en el mapa la España olvidada, antes de que se hablara de la 'España vaciada'. Al diputado que interpeló a Álvarez Cascos con una bofetada verbal: “No venga en coche oficial a Teruel, venga en tren y sabrá lo que es esto”. Y es que, más que político, Labordeta fue un portavoz de la vida rural.
“Fue el primer indignado”, considera Blásquiz, citando a Pérez Rubalcaba. Y es que, añade, Labordeta encarnaba una forma de hacer política que no cabía en trincheras ideológicas. Podía tomarse un café con un diputado del PP y después rebatirle con firmeza desde la tribuna. Era de izquierdas, sí, pero sobre todo aragonesista. Y por eso, como recuerda el escritor, conectaba con la ciudadanía: no por un programa, sino por una forma de ser.
De sus dos legislaturas quedan momentos clave: la oposición al trasvase del Ebro, el rechazo a la guerra de Irak, su implicación en la comisión del Yak-42 o su voto en contra al nuevo Estatuto de Aragón, una decisión valiente que lo dejó en soledad, pero no lo hizo titubear.
¿Disfrutó Labordeta de su paso por el Congreso? El autor contesta enseguida: “Sí, lo vivió intensamente, aprendió mucho... pero acabó decepcionado”.
“Él mismo decía que no era político, que estaba allí porque se lo pidieron. Y cuando vio cómo funcionaba todo, entendió que era muy difícil cambiar las cosas”, precisa. Aun así, Labordeta no dejó de intentarlo.
"Hoy necesitaríamos más Labordetas, dice Blásquiz, porque esta política de polarización, esta radicalización, no es buena", reflexiona el periodista. "La sociedad tiene que beber del diálogo, del consenso, del acercarse unos a otros de diferentes ideologías. Es lo que hacía José Antonio Labordeta. Él mismo decía a los diputados del PP: ‘Yo ahora hablo con vosotros, pero hace 30 años me mirabais mal. Vuestros padres me hubieran asesinado’. Y, aun con todo, él siempre hacía eso, esa aproximación. Sabía estar con gente y dejarse de trincheras. Que la política no se hace con trincheras, porque así no se avanza".