O César o nada

Con El lamento de la grulla, Mario Alonso exhibe ya verdadera maestría a la hora de narrar con eficacia

Juan Marques.
Crítico de libros
25 de Febrero de 2024
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Mario Alonso. Foto Ana María Alonso
Mario Alonso. Foto Ana María Alonso

Con El lamento de la grulla, su cuarta novela, el empresario Mario Alonso (Badajoz, 1960) exhibe ya verdadera maestría a la hora de narrar con eficacia y sin distracciones una cruel, compleja y prolongada intriga familiar.

Mario Alonso

El lamento de la grulla

Córdoba, Almuzara, 2023

200 páginas. 19,95 euros

Libro tras libro (lo cual equivale casi a decir “año tras año”), Mario Alonso (Badajoz, 1960) se va revelando como uno de los narradores españoles más peculiares y personales, no sólo por inesperados sino por inspirados.

En 2023 se han cumplido diez años de la ópera prima de Alonso, uno de esos hombres ajenos por completo a la literatura (salvo por lo que respecta a la lectura), que un día se descubren con un montón de historias dentro, y con ganas de contarlas, con más disciplina que tiempo libre para, como se dice de los embarazos, llevarlas a término. Y así han salido al mundo ya un buen número de ser vivos.

Repasemos: en 2013 se produjo ese debut al que acabo de aludir, con los microcuentos de Relatos liberados. A esto le siguió Bandera blanca (2017), una nueva colección de pequeñas historias que hizo que alguien, un amigo común, me pusiera sobre aviso: “Has de leer a este hombre, de verdad. Es un caso rarísimo de empresario de éxito que de repente se pone a escribir [algo frecuente], y que además resulta que lo hace muy bien [algo insólito]”.

Pero el verdadero salto, en mi opinión, se produjo con su primera novela, y no hablo de un salto entre géneros sino de un visible incremento en la calidad, en la ambición (bien entendida). Además, No esperes que el tigre se vuelva vegetariano (2018) trataba un tema extrañamente poco abordado por la literatura, que era el de los indigentes, y lo hacía con enorme empatía (que es superior a la compasión, y desde luego a la caridad), y con buenísimas intuiciones, que en parte procedían del contacto directo de Alonso con personas “en situación de calle”, a partir de iniciativas relacionadas con el voluntariado.

El libro de 2019, Cuando el silencio miente, supuso una primera incursión de Alonso en la intriga de largo aliento, y sobre todo empezaba una profundización psicológica en los personajes colectivos: ya no era un solo héroe (como el de No esperes…) al que vamos siguiendo y escuchando, conociendo y entendiendo, sino un elenco muy amplio pero no confuso en el que cada personaje habla de una forma muy característica y sólo suya, y se comporta de un modo que puede llegar a ser previsible por el lector, que va familiarizándose con ellos, intuyendo cosas y, claro, sorprendiéndose, como es preceptivo, con el desenlace.

Todo eso de la “individualización” estricta y consciente de cada personaje, por secundario o efímero que pudiera ser, se llevó a su más alto ejemplo hasta ahora en Chao (2021), una novela que por muchos motivos colocaba definitivamente a Alonso no en la lista de escritores aficionados, sino en la de los narradores que crean afición, que convencen, que tienen cosas que decir y con los que hay que contar. Tenía de nuevo algo de thriller, pero sobre todo se arriesgaba ya a retratar tiempos muy distintos y espacios muy lejanos, saltar por el calendario y por el atlas con soltura de escritor habilidoso y experimentado.

Y ahora, en 2023, Alonso se ha destapado con El lamento de la grulla, una historia dura, un suspense familiar en el que el hogar es cualquier cosa menos el espacio protector, y donde leemos una terrible ensalada de sentimientos contradictorios, testimonios cruzados, lealtades ambiguas, cariño con matices, deudas esquinadas, clientelismo que sale muy caro o cálculos improvisados que orbitan en torno a uno de sus protagonistas, César, un patriarca que, como Zeus en el Olimpo, pero en Valladolid, fulmina con rayos terribles a cualquiera que añada una coma a sus chanchullos, sus negocios o sus intenciones.

Pero el principal personaje de esta compleja y polifónica novela es el azar, que va disponiendo las cosas de modo inesperado, a veces divertido y a veces dramático, dejando claro en todo momento (o al menos en los momentos decisivos) que César puede tener el dominio de la situación, pero que a la hora de verdad no tiene el gobierno sobre lo imprevisto, ni el poder general sobre las voluntades secretas de aquellos (y sobre todo aquellas) a quienes cree tener plenamente sometidos.

Alonso, por el contrario, sí tiene firmemente agarradas las riendas de su libro, y aunque en cada capítulo, siempre breves, habla un personaje distinto (y a pesar de que los sucesos de la trama van afectando a un elevado número de personas, comenzando por la familia de César, siguiendo por sus empleados y terminando por sus socios, por sus enemigos y por supuesto por desconocidos, incluidos policías melómanos), el resultado es redondo, magnético, más aleccionador que justiciero, pero pedagógico no tanto en lo social o en lo civil como en lo trascendente, en lo “filosófico”.

Muchas veces, en la mitología, los dioses menores ultrajados o las ninfas violadas acababan apañándoselas para organizar un gran complot contra los todopoderosos, dañándoles de forma importante, a veces definitiva. En ese sentido es también El lamento de la grulla un relato “antiguo”, clásico, de implicaciones generales o totales. Y con esas convicciones que tiene Mario Alonso sobre la eficacia narrativa, este libro, más que leerse, se asume.

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