Podría decirse que cada cual alberga la misión de pintar el lienzo de su propia existencia y, de ser así, en el caso de Ana María Pueyo, los trazos desvelan la historia de una mujer valiente, sincera, fuerte y sensible, que, tras enfrentarse recientemente a una grave dolencia cardiaca, se ha echado de nuevo la vida a la espalda y ha emergido de un pozo, que en ocasiones se le ha antojado muy negro, con renovado vigor. Quizá, para seguir siendo luz e inspiración para otros.
Llegó a pensar que todo se acababa y todavía anda justa de fuerzas, pero como la bondad es una de sus obras maestras no pudo negarse -tampoco este año- y accedió a la petición de la Comisión de Fiestas del barrio de Santo Domingo y San Martín. Y así, este inestable mes de noviembre, ha vuelto a abrir al público la galería Iris, su querida sala, el escaparate de su creatividad y sus emociones, de sus sueños y de su fantasía.
La cálida atmósfera que se crea en ella, que abraza sus cuadros y a quienes acuden a verlos, es otro gran aliciente para una ciudad que presume de buenos artistas y disfruta con ellos.
En esta ocasión, la exposición constituye un testimonio de resiliencia, y tintinea como un foco persistente que sigue brillando a pesar de la tormenta. De las paredes cuelgan algunos cuadros que pintó hace ya muchos años, pero no mucho tiempo después de que su hijo Javier le animase a dedicar parte de su tiempo a esta afición, después de que tuviera que dejar la docencia por otro problema médico.
Persona culta, gran lectora, el cine es otra de sus pasiones, como queda reflejado en los retratos de Paul Newman, Clint Eastwood, Robert Mitchum, Rock Hudson, Humphrey Bogart, Cary Grant, Audrey Hepburn, o Burt Lancaster.
Y entre otras obras, su nieta, sus marinas, países remotos, caballos al galope, flores y más flores, de nuevo esos colores que guardan su secreto bajo siete llaves, trazos delicados como suspiros y otros que se escapan del lienzo sin ningún tipo de control.
"Voy poco a poco, pero estoy feliz. Veo el sol y pienso: qué bien poder estar aquí. Y, sobre todo, veo la cara de Joaquín -su esposo- y la de mis hijos, y me doy cuenta de que después de un gran cataclismo viene la luz y un motivo por el que seguir luchando", explica.
Ana María Pueyo busca en su interior la fuerza que le llevó a superar los momentos más oscuros y encuentra en la gente más próxima la determinación para volver a empezar.
"La familia es fundamental, lo es todo -enfatiza-, aunque luego también hay más cosas: tengo mis aficiones, la pintura, la naturaleza, mis mermeladas... siempre hay algo con lo que entusiasmarse y por lo que vivir".
La fe y la espiritualidad se entrelazan con sus días y se confiesa creyente. "Aunque no se estila, yo rezo muchísimo, pero siempre pido por los demás, de mí no me acuerdo -señala-. Los santos deben de estar muy cansados de mí".
El pasado mes de septiembre, después de dos años de desánimo y algunos momentos de miedo, tuvo que enfrentarse a los límites de la vida y por fin encontró el camino de regreso. Ahora el proceso de recuperación es gradual, pero lento como el descubrimiento de la belleza en una imagen que una acostumbra ver a diario.
No obstante, sus pulsaciones son ahora mucho más firmes y acompasadas, el latido de una vida que vuelve a florecer con los colores más hermosos de la naturaleza y otros que, irremediablemente y de cuando en cuando, brotan de algún lugar recóndito de su indómito espíritu.