Desde hace un tiempo, la joven A. sigue a la Sociedad Deportiva Huesca. Como zaragozana, había acudido a La Romareda muchas veces aunque no es "muy fan del fútbol". El amor le ha encaminado hacia El Alcoraz y este pasado sábado, en ese derbi si acaso deslucido por el deseo coral de muerte a Pulido, se encontraba en la grada visitante, esto es, la azulgrana. Allí vivió rodeada de la felicidad de los aficionados del Huesca y, tras el pitido final, de la tensión propia de decenas de vándalos blanquillos amenazantes en el exterior.
Tuvo el infortunio ella, zaragozana residente en Zaragoza, de que fue el blanco de la diana inconsciente de un mal aficionado local que lanzó una botella de agua llena que chocó en su cabeza. "Me hizo mucho daño y me eché a llorar, porque pensaba que a los ultras del Zaragoza se les iba la cabeza y no tenían en cuenta que allí había muchos niños entre nosotros". De todo lo que estaba sucediendo en ese momento crítico, lo único que le entraba en la cabeza era el impacto del recipiente. "Iba sin tapón pero entera, y de hecho me mojó absolutamente. La tiraron desde abajo, cogió altura y fue a parar a mí".
Había acudido a la grada del Huesca con su novio oscense. La inquietud le asaltó conforme iban avanzando los minutos del partido. "La gente empezó a ponerse como loca". Y, ya después, en esos más de cuarenta minutos de espera -los habituales en el desalojo de los aficionados visitantes, aunque en Huesca desde luego salen sin tanta demora-, los petardos provocaron la incertidumbre de la joven de diecinueve años. "Empezaron a tirar los petardos y mi miedo era que allí había muchos niños. Ahí ya me conciencié de que íbamos a salir e iban a intentar pegarnos y sólo la Policía nos podía salvar. Se oía mucho ruido, gritos y cánticos contra nosotros. Además, íbamos a perder el tren a Huesca". Quienes volvían en autobús recibieron las instrucciones policiales para que no estuvieran junto a las ventanas para evitar cualquier impacto y, hasta la salida, todos se apelotonaron en el pasillo entre los asientos.
A. reflexiona sobre el sentido de este enconamiento. "El Zaragoza y el Huesca son rivales, y hasta ahí puedo entenderlo. No es agradable lo que ocurrió, porque además somos ciudades vecinas y de la misma región, pero no es normal que acabemos con esos nervios, con ese golpe en la cabeza y con la pena de que los agresores no se den cuenta de que había niños en el grupo de seguidores. Hubo suerte de que en el lugar en el que estábamos refugiados no entraran petardos u otros objetos. Alguien tendría que parar esto". Pues eso.