Le preguntaba esta tarde a Luis García, que siempre me ha parecido un señor, si la estampa de algún estadio despejada de personas para que se enseñoree el asfalto no obedecerá a propuestas rácanas, cicateras de todo recurso de buen gusto, misérrimas en el espectáculo. Cierto es que le he puesto como ejemplo los Huesca que él ha conocido mucho más floridos en cuanto a respuesta, pero no me refería exclusivamente al cuadro azulgrana de la temporada 2022-2023. Hablaba también del Alavés, cuya pléyade de jugadores excelsos para la Segunda División no deja de ser sino una valoración a priori. Sobre El Alcoraz de un anfitrión que se deja tanto mecer por la tempestad del rival, la única satisfacción que puede tener no es otra que la del "resultadismo".
El entrenador alavesista, amablemente, ha colocado la situación del fútbol actual en una dimensión sociológica. Sus hijos, y los amigos de sus hijos, no van al fútbol, aunque sepan quiénes son Benzemá, Mbappé, Haland o Lewandoski. ¿Y por qué? Porque priorizan la utilidad de su tiempo en los dispositivos móviles. Y porque en estos artilugios se encuentran tantos mundos que los estímulos resultan desbordantes. Como descripción de estos tiempos posmodernos, no está nada mal pensada. Pero yo prefiero concebir que, si se viera un juego más vistoso, si hubiera más plasticidad, más espectáculo, la caída de la asistencia a algunos estadios sería menos pronunciada y hasta podríamos soñar con una reconquista.
De hecho, las estadísticas son claras: si hay más espectadores en el conjunto de los campos, es porque apuestan cuando el espectáculo es bueno. Y lo mismo sucede con las audiencias televisivas. Hasta el propio Rafael Yuste, el neurobiólogo más influyente del planeta en las teorías sobre el cerebro, muestra su confianza en que la especie humana sabrá enderezar su futuro por muy distópico que pueda parecer. En esa entrevista en El Mundo, estima que la humanidad acabará subiéndose a la chepa de la Inteligencia Artificial.
Quienes se sientan en los banquillos han de concentrarse en enamorar para que el hastío no impregne a los fieles. Sucede con el Huesca, pero no sólo con el Huesca. Como dice mi amigo Miguel Ángel, el "sanedrín del váter", esto es, los que van durante los partidos a los mingitorios de El Alcoraz, ha sentenciado a este equipo triste y melancólico. Y la tristeza y la melancolía, como es sabido por los amantes de las baladas, se contagian, de tal guisa que en el mal de muchos como nosotros encuentran los tontos de otros lares el consuelo. Y así, hay un fútbol que languidece entre "roscos" generalizados en los marcadores y autómatas sobre el césped, aleccionados por los melindrosos preparadores a su vez coaccionados por "amos" que exigen negocio y desprecian la poesía. En esa tesitura, los jóvenes se van con Ibai Llanos a la King's League, mientras quienes hemos disfrutado de las glorias del buen fútbol nos ensimismamos en nuestra nostalgia, con la esperanza de que nuestro equipo vuelva a ser atractivo, sexy.
Al final, es curioso, los resultados nos dan la razón. Menos público y acortamiento de las temporadas, porque a estas alturas del año, triste es admitirlo, este cuento del Huesca 2022-2023 se ha acabado. Y lo más inquietante es que este relato es apócrifo, porque nadie asume su autoría. Tal es su inanidad, tal es el vacío. El próximo será otro año. Sí, el próximo será otro año. Hoy, las certezas están desvanecidas por el plúmbeo horror de la hora de la comida.