¡Eureka! En apenas un puñado de ruedas de prensa, acabo de atisbar, como Arquímedes de Siracusa, el descubrimiento de que, muchos años después, contamos con un entrenador con dialéctica. De ahí el oxímoron del título: un entrenador con un extraordinario discurso de normalidad, en el que la primera y la tercera palabra no sólo no se contradicen, sino que se complementan. Las comparecencias de los entrenadores, habitualmente aburridas y plagadas de lugares comunes, cada uno los suyos, inducen al bostezo a partir de la tercera o cuarta. Se repiten más que el ajo. Cada cual escoge sus paradigmas y su mantra. Pero uno o dos, si acaso tres forzando. Cada cual crea así su sello, ese hilo argumental que conocemos de memoria, que podríamos escribir antes de que se sienten en el micrófono.
Cada vez que he escuchado a un Rubén Albes o García Pimienta, me ha admirado su virtud oratoria que, en el mundo del fútbol, desprende incluso aromas florales. Son minoría, como lo son los futbolistas que son presentados cuando son fichados por los clubes en una ceremonia absolutamente conducente al bostezo. Hasta las salas de prensa, nos lleva la profesión, pero créanme que a algunos se nos hacen insufribles. Que no se deduzca de estas consideraciones hastío del oficio, simplemente libertad en la visión de todo cuanto acontece en este mundo del balón.
Desde que leí Las 21 cualidades indispensables del liderazgo de John C. Maxwell considero un método fantástico el que aplicaba Ronadl Reagan, al que se atribuye una habilidad poco común para la relación y la comunicación, no en vano fue actor antes de presidente. En toda una lección práctica, aseguraba que "en el centro de nuestro mensaje deben haber cinco sencillas palabras familiares. No grandes teorías económicas. No sermones sobre filoso!as políticas. Solo cinco cortas palabras: familia, trabajo, vecindario, libertad, paz". Exactamente igual que el Athletic induce a sus jugadores al hábito de la lectura, no estaría de más que, cuando menos, otros clubes ofrecieran a sus futbolistas un catálogo de palabras recomendables y de actitudes asertivas para no parecer palos con expresión vocal. Y lo mismo a los técnicos.
Sergi Guilló, más allá de la mayor disponibilidad de vocabulario que la media de los entrenadores, ha demostrado en sus primeras comparecencias que la diversidad también puede ser de este mundo, manejando las preguntas con una capacidad argumental fuera de lo común. Tras el triunfo ante el Éibar, mostró locuacidad para exponer ideas poco habituales:
1.- Que la victoria era excesiva y el empate podría haber sido lo más justo, exactamente igual que contra el Leganés el empate había penalizado a su equipo y el triunfo hubiera sido lo más adecuado a los méritos de unos y otros. A esta virtud se le llama honradez intelectual. Otros técnicos son incapaces de rebajar las pulsaciones para llegar a los vericuetos de la racionalidad.
2.- Que el mérito absoluto de las dos acciones que reportaron los tres puntos corresponde a Adrián Sipán, Sipi como le denominó él. Aun cuando ha recibido elogios de otros técnicos, ninguno de este tenor. Y a este valor se le denomina justicia. Como escribió Concepción Arenal, a veces damos el nombre de favor a la justicia y creemos que hemos sido generosos cuando simplemente hemos sido justos. Sergi es un hombre justo.
3.- Que se equivocó obstinadamente en las decisiones para cambiar el sino del encuentro y, como consecuencia, pidió disculpas a los futbolistas en el vestuario. Esto es, el jefe capaz de reconocer sus errores para enseñar a sus discípulos el camino hacia la mejora continua. Y a este atributo lo hemos de identificar como humildad, la que se supone sólo a los líderes seguros de sí mismos. Los que son capaces de proclamar que "el descontrol y el desorden los he creado yo".
4.- Que apenas expuso que una plantilla de 28 jugadores es una barbaridad, sin cebarse en la queja, y sin delantero centro garante de una cantidad de goles apreciable. Y a esta renuncia se le denomina lealtad al club.
5.- Que fue capaz de esgrimir razones para considerar que Muresan Muresan había realizado un buen arbitraje, contraviniendo la opinión generalizada del estadio, porque fue capaz de ponerse en la piel del trencilla. Otra virtud, la empatía, que se suma hacia el ambiente a la de la tranquilidad.
Frente a los discursos del sufrimiento del anterior míster -al que no dejamos de profesar admiración, aunque en mi caso no oratoria precisamente- y del sometimiento inconcebible del pretérito del nido, he descubierto que este tipo joven de pretensiones alegres en el juego -hemos vuelto por momentos a aquellos dos deslumbrantes partidos iniciáticos de Ambriz o al Míchel o Rubi clarividentes- ya maneja con soltura cinco virtudes que nada tienen que ver con las palabras talismán de Reagan -recuerden: familia, trabajo, vecindario, libertad, paz- y que convencen porque, detrás del verbo, encontramos y actitudes difíciles de conjugar en el fútbol: la honradez intelectual, la justicia, la humildad, la lealtad y la empatía. Bienvenidos a la nueva etapa de la oralidad. Un líder en el que creer.