La más que posible despedida de Miguel Loureiro del estadio que tanto ha honrado con su lucha y con su apego al espíritu FSSR va a representar una tristeza para muchos aficionados que en estos años le hemos cogido afecto porque ha ido siempre un peldaño más allá del cumplimiento del deber. Su deseo que tener un mejor contrato y acercarse a su tierra de origen es absolutamente legítimo. Nada se puede oponer. Ovación y vuelta al ruedo antes de partir. No está hecho el acuerdo, pero mucho me temo que saldrá. Ya recibió hace un año cantos de sirena y sujetó su compromiso a este proyecto de Camino de Cocorón. Gloria por tal empatía.
Va a acudir al reencuentro con Antonio Hidalgo, otro profesional. Y, en este punto, dentro de la subjetividad del firmante, yo siento escozor. El entrenador al que tanto hemos admirado y cuyo desempeño en el Huesca ha sido muy notable -para el sobresaliente faltó el colofón y sobró algún pequeño defecto como su evidente desapego a la cantera, las estadísticas son la prueba del algodón- ha lanzado un torpedo a la línea de flotación del equipo de su sucesor, Sergi Guilló, al arrebatar al -hoy por hoy- puntal de la muralla defensiva. Hay más Loureiros en la Liga española, pero en Huesca como tal sólo hay uno.
No, no se trata de una recriminación, pero sí de aportar una serie de puntualizaciones al admirado técnico de Granollers para abrazar una conclusión que estimo recomendable -aunque todos somos libres y responsables de nuestras reacciones-. Durante muchas semanas, mientras una parte de la afición apuntaba a jugadores que habían bajado el rendimiento atribuyéndoles tener el futuro comprometido, el míster, que también tenía segura su salida y nadie le pedía explicaciones porque se habían sobrepasado las expectativas iniciales, profundizó en cada comparecencia su aprecio al cariño de la afición oscense.
Era cierto, tanto que prácticamente nadie llevaba la cuenta del muy mejorable final de temporada que condenó cualquier sueño. El entrenador tímido, que había estado dos veces a punto de salir en sendas opciones que no fructificaron por falta de apuesta económica de los ofertantes más que por negativa de Hidalgo, proclamaba en cada comparecencia que cada salida por la calle era una procesión bajo palio entre el fervor de los feligreses azulgranas. Y le comprábamos la idea hasta el final.
Anunció su marcha en una escenificación que incluía a la gente a la que más apreciaba -lógico- y bulleron los aplausos. Amor eterno, azulgrana su corazón. Todos -o casi- le compramos el discurso. Había dado mucho por el Huesca y había contribuido a que recuperáramos el orgullo y la fe. Cierto.
Ahora, sin embargo, va a desgajar del corazón una arteria importante. Miguel Loureiro ha sido ese tío que marcó un gol en Elche con la pierna destrozada antes de caer semanas de baja. El que se ha recuperado de las lesiones siempre antes de la estimación porque a su evolución biológica le ha acompañado siempre su inquebrantable compromiso. El que ha hecho diagonales ataque-defensa para salvar situaciones comprometidas, en una entrega que no ha escatimado un ápice de esfuerzo. El lector, asiduo de Santos Ochoa. El ciudadano amable y agradable, atento a cada solicitud de un aficionado. Un buen chico.
Conclusión: El profesional Hidalgo se lleva al profesional Miguel Loureiro. Nada que reprochar. Responden a tales roles en la ley del fútbol y también en la ley del mercado de trabajo. Por eso, también, convendría adaptar el papel de la afición con ambos en sucesivos encuentros, porque han dejado de ser de los nuestros -lo fueron- y ahora son (Lou lo será presumiblemente) del Deportivo de La Coruña. Una vez recibidos con cariño -una pequeña ovación-, nadie olvide que ya son historia y hoy contrincantes. Y, a los rivales, ni agua, que la melancolía puede ser letal para el espíritu de lucha. En el trío SD Huesca-Hidalgo-Lou, ha habido amores que matan la relación y el corazón ha quedado "partío".