Los "Cacones", el dance en la sangre, del gran mayoral a su tataranieto Gonzalo

La precocidad del sobrino de la nueva danzanta augura un gran secreto de la agrupación: los genes danzan para tener el relevo siempre preparado

25 de Febrero de 2023
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Gonzalo, tataranieto de Cacón, demuestra el gen danzante de la familia

La primera impresión tras ver el dance de Gonzalo Aragón Esperanza, tataranieto de "Cacón" (gentileza el video de Carlos Jalle), sobrino de la "Cacón" que va a hacer historia (Cristina), hijo de Verónica Esperanza Mendoza, hermana orgullosa, es un cóctel entre la admiración y la risa. Sí, con el humor se disfruta mucho más de los movimientos entre rítmicos y espasmódicos del pequeño que apenas levanta unas cuantas palmas del suelo y, sin embargo, danza. Ya danza, como si del cordón umbilical se hubiera llevado la parte de la armonía y el brío, y dejado aquello que no tiene que ver con la fiesta.

Seguro que, más pronto que tarde, contagiará ese espíritu a su prima Inés. Y, cuando se tenga en pie, a Lorenzo, el hijo de Fernando Esperanza Mateos que ha llegado al mundo hace apenas una semana no con un pan bajo el brazo, sino con un danzante que lo tiene en brazos... Él, que ha dedicado toda la vida a correr como si lo persiguieran y ahora sostiene a su retoño mientras sueña con un circuito distinto, sin "pollo", bendecido por su patrón, San Lorenzo.

La imagen de Gonzalo es la de un Cacón, él en su tiernísima edad, su tatarabuelo Pablo en los casi 85 que fue su retirada efectiva como mayoral. El gran jerarca fue un danzante enjuto, dotado para una movilidad extraordinaria atemperada por la cadencia precisa que requiere cada una de las piezas que acompañan la oración de cientos y cientos de oscenses cada mañana del 10 de agosto. Los Danzantes son como el universo, uno y diverso, en una actuación que ora dirigen los sones de Valentín Gardeta para las espadas y los palos viejos, Bienvenido Susín "Molinero de Morana" en su alianza con los palos nuevos, Emilio Gutiérrez con las cintas y Francisco Román con el Degollau.

Los Cacón, como Cristina reconocía este viernes tras el plácet de la Agrupación a la sucesión de su padre, Jesús, rezuman fe, vocación y creencia. Como en los textos sagrados, a Dios, a San Lorenzo y al prójimo, tanto como en sí mismos. Y en esa gratitud danzan. Y danzan, y danzan.

Los más viejos del lugar -y no tanto- recuerdan la longevidad en el dance de Pablo Esperanza "Cacón", que murió con las alpargatas puestas, bien planchada su indumentaria, su camisa, su pantalón y las medias blancas. Cedió el bastón de mando a otro que devino en mito, Victorino Solanes. Todos los que comandan este grupo lo son. Luego Pascual, ahora Paco... El luego siempre queda para la palabra de Dios, que seguro evacúa consultas con San Lorenzo.

Tal fue la sombra y la pena con la desaparición de Pablo Esperanza que ese día 10 de agosto de 1971 los danzantes bailaron sin mayoral en homenaje a Cacón, y hasta el 15 no tomó posesión el gran Victorino. Pablo heredó la banda azul de su padre, Doroteo, que a su vez había cogido el testigo de su progenitor. Jesús y Fernando han mantenido enhiesta (junto a José Ignacio Montorio, bisnieto de Ignacio Esperanza) la enseña de los "Cacones", espíritu de hermandad de labradores adaptado a los tiempos.

Con trece años, Pablo Esperanza ya asumió la tarea de ser danzante de cuadro y en 1947 ya era mayoral, como revelan los anales recogidos por Paco Sanemeterio, uno de los guardianes de la memoria como en la investigación histórica lo ha sido Bizén d'o Río con "El dance laurentino".

Ibón Cejalvo, Cristina Esperanza, Fernando Esperanza y Santos Santolaria asumen el compromiso de proyectar y perpetuar la gloria de un icono que todos los oscenses llevamos en el corazón, al que admiramos. Y no es por la multitud de laureles que cargan en sus jubilosas espaldas (el Escudo Colectivo de la Ciudad, la Medalla de Oro de la Diputación de Zaragoza, la Parrilla de Oreo de Huesca), sino porque han sabido impregnar de eternidad el espíritu de San Lorenzo. 

Un Cacón, Pablo, fue modernizador de la Agrupación con la imprescindible variación en los perfiles de los danzantes, de los labradores omnipresentes a los pujantes profesionales y empresarios (médicos, arquitectos, comerciantes, funcionarios...). Otros "cacones" se integran en los cuadros con la vocación de servir y de hacer crecer la figura de los danzantes. Suenan los "áura" y "cara a cara" que tantos años gritó esa leyenda que es Cacón. Y otros responden "áura y cara a cara". Como el título de la pieza del nunca suficientemente ponderado maestro Emilio Gutiérrez, "es fiesta en Huesca".

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