Todo está envuelto en un aura de orgullo. De ser de Apiés. De un pueblo donde la convivencia es singular, porque la música y el dance de palos le impregnan de unión y fraternidad desde hace justo 40 años. Por eso lo celebraron en el Salto de Roldán, en lo más alto, para hablar a los cielos desde más cerca, más íntimamente, con la máxima elevación humana y trascendental. Por el agradecimiento de poder danzar cuarenta años después de la recuperación de una manifestación que es identidad.
En Apiés la fiesta de invierno, la de la Inmaculada, son palabras mayores. Han acudido esta mañana a la Ermita de la Purísima, donde ha oficiado Rafael Gállego, párroco del pueblo y de no menos de media docena más en la redolada. En el bonito templo han entrado los Danzantes al ritmo musical laurentino y con su propio paso, erguidos, satisfechos, convencidos de que hay futuro porque los actuales son 35, pero por detrás vienen "siete críos nuevos", una gran cantera como dice Manuel Pérez.
Al son de la gaita de boto y las dulzainas de los Gaiters d'a Tierra Plana, el dance ha seguido haciéndose oración aunque sea en el Ayuntamiento, cobijo frente a la persistente lluvia que impedía la armonía en la calle, como gusta a los Danzantes de Apiés. Allí, se han sucedido abrazos y agasajos, con la jubilación del acordeonista Ángel Usieto y otros cuatro que eran de la partida hace cuatro décadas: el mayoral, Manuel Pérez y los Santolaria (Jorge, Blas y Rafael). Otro abrazo, este de padre e hijo (Manuel y Nacho), mayoral saliente y mayoral entrante, con la responsabilidad que uno deja y la que conlleva para el otro. Conociéndole, siempre estará el ojo amable del progenitor para ayudar, siempre para ayudar. Y, como colofón, los dances de los pequeños, que han sabido a gloria y a futuro, a relevo y garantías de sacralización de las raíces. Y luego, cada mochuelo a su olivo, aunque no han sido pocos los que lo han celebrado entre amigos (casi como para una boda). Mucho que celebrar.
