Antonio Naval

Certezas y certezas fatuas

03 de Febrero de 2025
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Leí hace unos días  la reflexión que hacía en esta misma sección la sicóloga Patricia Tisner sobre la percepción de la certeza. Clarificadora. Cierto que el líder que necesitamos tiene que ofrecer la seguridad que anhelamos. Pero pretender fundamentar ese liderazgo en certezas que ni él mismo se cree es suicida y demoledor para los que necesitan ser conducidos. Lo que leí lo relacioné con la película Cónclave. Ese es el tema. Por cierto, el protagonista, laico, está sobresaliente. No pocos de los gestores del  Vaticano, por sinceros,  pasan por la ansiedad que este personaje encarna. Podría tomarse como metáfora del Papa Francisco, pero aunque es buena asociación de ideas no es necesario. La película recoge penosas evidencias, evidentes consecuencias y, si es premonitoria de un final, estamos en el final. El final es el drama de pretender huir y  descubrir que estamos en un callejón sin salida.

Durante cuatro años ha incitado el Papa Francisco a hacer del Sínodo una oportunidad. En el remate no ha emitido la consecuente Exhortación Apostólica como final que supondría el  Nihil Obstat y Prosecuamur. Lo justificó diciendo que quería ser respetuoso con  la credibilidad que había puesto en  los participantes. La ambigüedad es  un recurso dialéctico con  muchos matices. La realidad es que ni de lejos ese motivado encuentro con dimensión universal, esa invitación a despejar sentidas ansiedades de no pocos de los creyentes y prácticamente de todas las iglesias locales, ha dado motivos para creer que se va hacia adelante. Había inducido a pensar que si para seguir adelante había que superar atavismos, esta era una ocasión. Hay deducciones más que sospechosas para aventurar que ni el propio Papa está satisfecho con el resultado. Ya se había inducido a una matizada expectativa,  por ejemplo,  con el Sínodo Diocesano de Madrid del año 2005. Entonces el cardenal Rouco sentó las bases para dar entrada a los que podían participar, orientó los temas que se podían tratar y prácticamente, antes de empezar, desecho posibles conclusiones. Después revisó todo el texto antes de aprobarlo dejándolo pulido para encajar en lo que pretendía ser intocable. No fue un Sínodo para avanzar sino para reafirmar lo ineludible.

En la congregación de componentes para redactar el documento final del último Sínodo del Papa Francisco, dados los porcentajes de distribución de representantes de los estamentos eclesiales no podía salir más que lo que ha salido. Es suficiente con revisar el número y el papel dado a las mujeres en este intercambio final y búsqueda de conclusiones.

En la gestión del obispo Oses, hubo posibilidad de opinar con efectos operativos, y se tomaron decisiones también operativas desde la llamada Asamblea Diocesana, que el generó y estimuló. Nunca se pretendió establecer una operatividad “asamblearia”, de barniz populista para revisión de la autoridad establecida aunque había deseo de que fuera de otra forma. El liderazgo de este obispo era consistente aún con sus dudas pero sin miedo a revisar las certezas vacuas.  Ahora con las sancionadas conclusiones del  Sínodo Universal ni siquiera se permite llegar a esta perdida práctica que alentó el obispo Osés. “Para este viaje no hacía falta alforjas”. Que a estas alturas, este Sínodo  se haya quedado en recordar e intentar revivir parte del Vaticano II, está bien pero es desconcertante, por haberse minusvalorado antes lo que se había conseguido con este Concilio y haberse perdido el tiempo. En Huesca dos obispados después, el callejón sin salida es un desalentador  final. De ello es indicio que no quede más imaginación que para inventar nuevas procesiones.

El tópico de la película Cónclave es la pretensión de ofrecer “certeza”, por supuesta practicidad,  sin cuestionarla, frente a una realidad exigente que pide escrutar las evidencias y responder a ellas. En ella se pretende obviar la perentoria revisión de   certezas que ya no son, de tradiciones que fueron pero que hoy no sirven, de soslayar  afirmaciones hechas con  contundente rotundidad que, si en otros tiempos sirvieron fue porque cuestionarlas estaba penado. Hacer de no pocas certezas, ya inconsistentes, un motivo de seguridad y proscribir  la prudente actitud  de dudar  es pretender  seguir un espejismo, que como todo espejismo es   evanescente.

La cultura occidental es de raíces cristianas. Está en decadencia. Cuando  ya hace dos mil años también lo estuvo, el cristianismo fue  la agarradera que la salvó. Hoy difícilmente podrá ofrece un salvavidas si éste pretende ofrecer certezas que ya no lo son y evita hacer transformaciones que son insoslayables

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