Josan Montull, un reino en este mundo

03 de Abril de 2023
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Soy un firme convencido: en la duda, mejoro. Es un oxímoron, pero es muy real. Saber dudar a tiempo es importante para quien desea alcanzar una certeza en una investigación, concepto plenamente aristotélico. Cuando la Archicofradía de la Vera Cruz me encomendó el Pregón de la Semana Santa, la respuesta fue inmediata: sí. quiero. Sí, quiero, es una fórmula de compromiso. Es un baile con la responsabilidad, serio y preciso, también severo en la exigencia. Justo es admitir que la inquietud se apoderó durante algunos días, hasta que encontré el hilo, que no fue sino el lío que me lio en torno a los conceptos.

El Pregón ha sido otro contrato, otro más, con esta tierra. Con esta ciudad, con esta provincia, con la Archicofradía, con mi Cofradía de Santiago, con los cristianos de acá y con esos que sufren persecución acullá. Es severa la exigencia. Cuando lo hube escrito, una vez terminado, se me llenó la cabeza -otra vez- de dudas. Para resolverlas, están los maestros. Esas personas que tienen poder porque la autoridad les acompaña. La han cultivado. Necesitaba un test. La capacidad de maniobra era limitada. El tiempo se agolpaba y la fecha era inminente. Escogí dos prelados que, para mí, son ángeles de la guarda de mi espiritualidad, y no sólo por sus palabras, sino fundamentalmente por su capacidad pastoral. Por sus obras por las que les conoceréis. Sus respectivos plácet (Ángel y José Antonio, José Antonio y Ángel, están en el Tanto Monta de mi admiración) me reconfortaron, me dispensaron ese tesoro que es la confianza.

Más allá de algunas manifestaciones externas con las que se ha adelantado mi vivencia de la Semana Santa, he sostenido todo el proceso en la intimidad. Hacia mi interior. Hacia arriba como creyente que soy. Hacia el prójimo, empezando por la familia. Quizás, conocedor de la relevancia del Pregón, he agudizado mi instinto observador, natural y profesional. La curiosidad es el gran proveedor de oportunidades de la vida. En su catálogo, se ofertan alimentos para la inteligencia, para los sentimientos, para las sensaciones, para la razón, para la inspiración y para la vida. Cuando observas, husmeas la realidad y aprecias que tiene múltiples dimensiones. Dudas, preguntas y entonces empiezas a obtener respuestas. Ahí está auxiliando, señalizando las sendas, efectivamente, el Espíritu Santo.

Y, cuando llega la hora de la verdad, aparece la figura que elegí para mi presentación. Josan Montull. Un paradigma de sacerdocio, de compromiso, de amor por el ser humano. Tiene la fe sobrenatural de quienes saben ver más allá y la creencia en el prójimo. No sin esfuerzo, la vida le ha deparado las correspondientes razones de exigencia, sufrimiento y amor como para tener el mejor ojo avizor que nunca haya contemplado. Generosamente, ofrece su introspección para entregar las lecciones del conocimiento del ser a los demás. El salesiano será siempre joven, porque piensa como los jóvenes, siente como los jóvenes y practica con ellos la misericordia. Les envía su corazón, se alía con sus padecimientos, con sus zozobras.

Como testigo y relator de los padecimientos de las personas, en esos minutos previos se alineó conmigo, se fusionó  a través del verbo que a mí me pareció divino, me explicó las miradas desde fuera, desde dentro del corazón y de las trascendentes. Las que nos ayudan a ahuyentar los miedos a preguntarnos por el sentido de la vida, por nuestra relación con Dios, con esa alianza imbatible del ser humano con el Supremo, en la que lo mismo le rezamos que le increpamos por permitir el dolor y el sufrimiento.

Tengo que entregar, en este momento, este testimonio: soy un aprendiz. Aprendiz de artesano de la palabra que asiente a esta apreciación de Josan, ojeador en busca de la profundidad más que de la descripción, amante de las causas perdidas de fuera, de dentro y de más allá. Es una vereda compleja, larga y ancha como la canción de los Beatles (pieza cuya música se me antoja con un punto de misticismo) en la que no quisiera deslizarme con el consecuente riesgo de salir de la rectitud. Está alumbrada por la luz de la Verdad. Como pecador, necesito ayuda y estos buenos pastores. Es Semana Santa. En estos días, reeditados cada año, un señor enviado por su hijo a vivir las incomodidades y la mortificación, llegó hasta el límite de la muerte para mostrarnos con la resurrección el camino de la virtud. De la mano, procesionemos.

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