La Justicia en precario: okupas, amnistías y otras vulnerabilidades

No pierda de vista su puerta porque quizás, si está tomando un café fuera de su casa, ya haya sido derribada por unos okupas

14 de Septiembre de 2023
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Edificio okupado en San Orencio.
Edificio okupado en San Orencio.

"El poder político y el religioso colaboraron para crear uno de los elementos que más ha influido en la humanización de nuestra especie: los sistemas normativos, en especial el derecho, que ha sido una de las grandes fuerzas moldeadoras de la conducta humana. Me atrevería a decir que la mayor, la que nos ha llevado a redefinirnos como especie. No queremos ser solo primates listos, sino primates con derechos. Y esto supone una gigantesca -y precaria- creación intelectual" (José Antonio Marina, Biografía de la Inhumanidad).

La teoría de la inteligencia de Marina comienza en la neurología y desemboca en la ética. Por eso hay que leerle palabra a palabra, interiorizando cada una. En esta cita, la conjunción (y) se convierte en adversativo (pero). Convertirnos en primates con derechos representa una gigantesca pero precaria creación intelectual. Leía esta pasada noche esta página del libro y han afluido inmediatamente a mi mente varias situaciones que implican, a través de la vulnerabilidad de la Justicia en sentido estricto, a nuestra realidad. Y me venía la angustia expresada por Fernando Mompradé por el episodio de "okupación" que ha padecido en las últimas horas y que tan bien ha relatado Myriam. La impotencia de los vecinos, la incapacidad policial, el absentismo legal y una escena chusca: el operador de telefónica al que los okupas han contratado fibra óptica para no perderse internet ni las televisiones. Sin un papel, sin una acreditación de su legalidad en el edificio, sin nada. Tan sólo con la indignación y la rabia vecinal, y por contagio con la incomprensión de cualquier biempensante.

Cuando la incredulidad acompaña la labor policial, impotente, esposados sus profesionales por las ataduras de la aplicación nefasta de la ley y por tanto por la ley misma, es que algo está fallando estrepitosamente en un Estado de Derecho alicaído, mohíno, ridiculizado. Me hubiera gustado ver en la calle San Orencio a todas esas hordas que hace apenas una década voltearon la norma y la razón apoyando con escraches incluso violentos el atropello a la propiedad, que por cierto es imperativo constitucional.

Algunos de ellos hoy callan, apoltronados en el buen sueldo institucional. De aquellas lluvias vienen estos lodos, en los que sale -prácticamente- gratis allanar la morada de otros. Es evidente que, si los mecanismos de protección no funcionan, hay que modificarlos y reforzarlos, previa reforma de la ley si es preciso. Todo para que la neurología y la ética confluyan en un escenario de progreso real, porque estas situaciones representan un retroceso cavernícola. No tiene sentido soportar la chulería de los asaltantes de la razón sin que medie, si menester fuera, un buen porrazo y un desalojo inmediato. Ahora, como en el edificio aledaño, espera a los vecinos una larga espera mientras sus señorías de la Justicia (Oikos, 51 meses y medio, ¡Dios mío!) se cortan las uñas entre pase y pase lento de cada página del informe policial. Y los ocupantes, riéndose y entonando a Fernando y el entorno el célebre estribillo de Hombres G: "¡Sufre, mamón!".

Antes, España no era país para viejos, se proclamaba. Ahora no es país para leyes, no es país para el Derecho. Quienes representan a un 6 % de los votantes deciden por la insaciabilidad del pretendiente monclovita los designios del Estado al que odian, el que quieren destruir. Los violadores ven reducidas sus penas por una ley que es como el "don erre que erre" de Martínez Soria, llena de contraindicaciones y sin retirar. Padecemos un esperpento holístico en el que todas las partes conducen al caos y convierten el todo en una atmósfera difícilmente respirable.

Los valores se desploman como siempre ha ocurrido en el colapso de las civilizaciones. Y lo peor es que usted, querido lector, puede estimar que es una visión apocalíptica. Pero, por si acaso, no pierda de vista su puerta porque quizás, si está tomando un café fuera de su casa, ya haya sido derribada por unos okupas que, encima, se mofarán de usted, de la policía y de los jueces -mientras estos se encogen de hombros-. Y además se instalarán en el que fue su hogar cien canales de televisión porque el First Dates ya lo tienen en su indecente existencia. O esto cambia y usted apoya que toda la fuerza contra el delito caiga sobre la cabeza de los allanadores, o es probable que la maldición le acompañe.

 

 

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