Reyes Magos, no nos cambien de muda, ¡por Dios!

27 de Diciembre de 2022
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Lo siento. No he podido evitar la primera andanada. Es probable que a usted, querido lector, querida lectora, le hayan perpetrado una tropelía. No a mí, porque a mí, lo que se dice a mí, Papá Noel o Santa Claus me traen al fresco. Me sucede como el "jagüelin" ese, que teniendo todos nuestros santos me cisco en las calabazas del "un, dos, tres", y sólo las respeto porque hacen sonreír a los niños. Pero, a mí, particularmente, ni truco ni trato. Supongo que con buen criterio, la confluencia del pensamiento único concita toda la transversalidad de psicólogos, psiquiátras, periodistas, comerciantes y "juguetólogos" que sostienen que hay que aplicar la racionalidad y que después de los Reyes Magos apenas queda un día para que los peques disfruten de los obsequios que un buen día escribieron en una carta a los "Wise men", a los hombres sabios Melchor, Gaspar y Baltasar. Siempre me he preguntado si no hubiera resultado más sencillo prolongar un par de días más las vacaciones. O cinco, quizás. Total, para la profundidad educativa de los tiempos y la permisividad imperante, ¡qué más da!

Voy al fondo de la cuestión. Hace bastantes años, cuando en mi anterior casa laboral los beneficios afloraban como los robellones en otoño húmedo y los aguinaldos eran generosos con los trabajadores, los consejeros también reclamaban su parte en el botín. ¿Por qué no? Las dietas eran exiguas. El administrador Luis, que era no sólo listo sino experto en protocolo y detallista diplomado por la universidad del sentido común, estimaba conveniente acatar esas instrucciones de los representantes del accionariado como corresponde al buen gusto: con obsequios que tuvieran valor intrínseco. Esto es, que si relojes, que si unos bonitos vasos de güisqui, que si unos hermosos gemelos y sujetacorbatas, que si unos mecheros de marca (fumábamos habanos como si no hubiera un mañana)... Eso sí, dentro de los límites presupuestarios. Nada práctico. Me enseñó que el pragmatismo en los presentes era propio de gente de poco estilo. Llegó al Consejo un sinsorgo que, deslumbrado por la novedad de las agendas electrónicas, propuso que fueran el regalo de ese año. Fue inútil el argumentario brillante de Luis, así que hubo que decidir y ahí llegó el gran Mariano, que Dios tiene seguro en su gloria, y estableció salomónicamente una dicotomía: a elegir entre la agenda y el objeto supuestamente inhábil. A los dos años, el sinsorgo, que había sumado a otros sinsorgos a la causa, se lamentaba porque aquel articulo tecnológico había perdido más valor que las compañías informáticas en la crisis de las puntocom.

He recibido un obsequio en mi pueblo que me ha recordado la definición de Ovidio, que sostenía que el regalo tiene la categoría de quien lo hace. Y es absolutamente cierto. Es una dádiva hermosa, esto es, prescindible en su belleza. Para tener un llavero, no es preciso que esté perfilado con el kiosco de la música de Lodosa, la Virgen de las Angustias y el toro con soga, iconos de mi niñez, mi adolescencia, mi juventud y mi camino hacia la senectud. Son eternos. Y, con total certeza por esa prescindibilidad del detalle (las llaves de EL DIARIO DE HUESCA que ya portan no protestaban por la superpoblación de las de casa, del garaje, de la vivienda de Lodosa, de la de Pamplona, del maletín...) alcanza más valor.

Escribo a través de estas líneas para que mi mujer no ejecute su amenaza. Que no pida a los Reyes Magos en la carta una camiseta de tirantes para mí. ¡Aaaaaaggggggghhhhhhh! ¡¡¡¡Por Dios!!!! No se dejen amigos lectores, envolver en bellos papeles calzoncillos, calcetines, bragas, bufandas y otros enseres que estarán de rebajas a la vuelta de la esquina en los rincones más tristes de las franquicias y en los más dignos de las lencerías o mercerías. O batidoras, o tostadoras, o planchas. Recuerden que Melchor, Gaspar y Baltasar tienen permiso para allanar nuestra morada con la exclusiva condición de que nos sorprendan y nos asombren. No para que nos cambien la muda. Así que, por favor, a rascarse la cabeza y empatizar con el pariente, los hijos o los padres. Tirad de imaginación. Uno no puede plantearse buenos propósitos para el año entrante si el estímulo es tan plano. Si la faldriquera está hueca de ilusión.

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