Petón ha jubilado su pungi

02 de Enero de 2024
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El verbo de Petón ha tenido una virtud musical. No hablaba, manejaba el pungi, esa flauta india que hace bailar a las serpientes al son y en la dirección que desea el encantador. Cada comparecencia suya estaba enmarcada en un tono, ora plácido, ora tronante, ora elegíaco, ora crítico. Siempre adecuado a la ocasión y, sobre todo, al envoltorio que deseaba para su mensaje. Pero siempre, siempre, los periodistas salían convencidos y convencían a sus audiencias.

Los pungi tienen una característica, y es que han de ser tocados sin pausas. En el momento en el que cesan en el sonido, el hilo perdido desorienta al flautista y a la cobra, y esa pérdida de conexión corre el riesgo de no recuperarse. Habría que recorrer metro a metro, día a día, hacía atrás para saber cuándo se interrumpió la armonía. Quizás es que el aire que transporta la música -los medios- ya no llega a las serpientes, pero el caso es que aquellas cualidades hipnóticas se han transformado en una corriente de generación de escepticismo.

En el anuncio de su marcha, se ha esfumado incluso la memoria de sus servicios junto a Agustín a la gloria del Huesca. Y eso, sinceramente, es triste. Pero también lo es que José Antonio se haya dejado conducir por su proverbial capacidad de improvisación, porque una declaración institucional como Dios manda (si es que lo manda Dios, que no está claro que baje a estos usos terrenales), escrita, le hubiera aportado más exactitud, ya que hay que reconocerle calidad literaria.

Habría resultado más compleja y más completa, más rigurosa, más rica. Sostenella y no enmendalla es una mala práctica desde que fuera formulada en "Las mocedades del Cid". Pretender que nada hubo en el flirteo con el Grupo Costa, por más repetirlo, no constituye sino una inexactitud, formúlese como si la concurrencia fuera sentados, en taburete o en una tumbona. Más que un flirteo, una pretensión de romance sin éxito. Lo hubo, Petón elogiaba al "socio activo" y cantidades se manejaron (menguantes por el deterioro financiero al menos hasta que apareció Gonzalo Ávila), incluso entrega de documentación sensible pese a la resistencia tenaz e incomprensible de quien quería vender (quizás porque a Petón no le informaran demasiado de esa negativa pertinaz).

En la balanza de las virtudes y defectos de la gestión de dieciocho años, esta operación aparece entre los segundos y tristemente cuando más se necesitaba que fuera hacia las primeras. Y es que un mirlo blanco que garantizara la continuidad de la toma de decisiones desde Huesca es punto menos que imposible de encontrar. Era lo que el Huesca necesitaba.

Y una segunda puntualización. Con los fines de la Fundación, promoción del deporte y de la igualdad entre las personas, nadie puede estar en desacuerdo -o nadie en su sano juicio-. Pero, a la hora de hablar de los resultados de una hipotética compraventa, ha olvidado mencionar otra obligación además de los objetivos sociales a los que iría el montante -por cierto, cada vez más escueto por cuanto las cuentas del Huesca caminan en sentido de una gran descapitalización-, que es responder al préstamo de cinco millones de la Sociedad Deportiva Huesca, que a fecha de hoy se antojan una cierta irresponsabilidad precisamente por la dificultosa coyuntura económica del club.

Quizás por intuición, en parte por opinión, 27 minutos después de convocar el club la declaración institucional para las 13 horas, en concreto a las 9:58, escribía yo un wasap al mejor periodista deportivo que nunca ha tenido esta región el siguiente vaticinio: "Que se marcha y deja a Manuel Ollé de presidente". En esto radica la veteranía en el periodismo: en tomar del aire los sones incluso cuando el pungi ha dejado de tocar. Nadie, cuando amanecía el 2023, hubiera presagiado esta expectativa. Y menos que la despedida hubiera resultado tan lacónica, en el momento más crítico, cuando apearse es tan controvertido como seguir en el barco.

Manuel Ollé, como la Fundación y la Sociedad Deportiva Huesca, tiene ante sí el reto de recuperar la credibilidad perdida, esa que hace que pocos piensen en la sinceridad del encantador de serpientes -conste que esta expresión no es estrictamente peyorativa- y muchos en el efecto mágico de Los Titiriteros de Binéfar. Tiene muchísima faena, como queda constatado por el hecho de que prácticamente nada de lo que se publica con interés emerja por los cauces reglamentarios del club, sino por los efectos de la filtración o de la perspicacia. Y, cuanto menos, al abogado hay que presumirle la capacidad de criterio y la independencia, porque se la ha ganado a pulso y quienes le conocen mejor rechazan su reconversión a títere. Que su aterrizaje le conduzca a la pista de la realidad y que la vea con los ojos de la verdad.

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