Y, sin embargo... Elías

03 de Diciembre de 2022
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"Algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio". Albert Camus, La Peste. Un gran amigo, con el que polemizamos hasta el punto de que si uno dice buenas tardes el otro replica buenas noches, sostiene que mis últimas columnas han sido acres. Ásperas. Es probable que tenga razón, pero en la observación de la vida la experiencia ayuda a abstraer las situaciones hasta el punto de interpretarlas dulces o amargas. En el alma y el deber del periodista se halla discernir, en la medida de lo posible, con justicia.

En mi responsabilidad, como la de todo ciudadano y particularmente de quien tiene que transmitir sus percepciones e informaciones para que el lector conforme su propio criterio como ser maduro, he de blandir instrumentos primero reflexivos y luego críticos. No hacerlo sería traicionar a esta tierra a la que amo y, a través de esa dejación, traicionarme a mí mismo. A mis valores. Y al servicio que debo. El periodismo va de servicio y, con nuestro libre albedrío, algunos prefieren bailar el agua al poder y otros nos determinamos a ofrecer nuestra conciencia a la autoridad, que no es otra que ese soberano que está al otro lado del hilo, esto es, el que llena el auditorio social.

Particularmente, no me duelen prendas aplaudir a nadie. Cuando lo merecen, lo hago. Y, sobre todo, mi felicidad está en esos escenarios donde la ovación tiene un destinatario laudable. Me cargué de identidad el martes con la reivindicativa mesa redonda sobre el Convento de la Merced, rodeado de sabios de los que aprendí -aviso- para luego predicar. Divulgar divide entre los perezosos, los egoístas y los generosos. Y, singularmente, me emocionó, conmocionó y removió el 25 aniversario del Centro de Solidaridad Interdiocesano. El ejemplo de Noelia -una campeona de la carrera de obstáculos de la vida-, el espejo en el que me gustaría mirarme de los voluntarios, la magnanimidad de los trabajadores y el entusiasmo de los dirigentes garantiza el abatimiento paulatino de los estigmas sobre las adicciones. El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Y nunca digas de este agua no beberé. Si algo impregnó mi ánimo al final fue la impresión de que había puesto un pequeño granito de arena en una labor a pie de obra que, sin embargo, mira al cielo para trascender.

Y llegó el viernes, el día que esperaba para dar un abrazo a Elías. Y tantas veces como aleteé para acudir a jalear a alguien tan meritorio, tantas me colocaron obstáculos insalvables. Una de esas mañanas en las que sudas de importencia, de desesperación porque el principal objetivo del día se escabulle entre las manos, sin poderlo impedir...

Quizás influido por ese gran cómplice que es nuestro amigo Enrique, el Marie Kondo de Down (el que encaja todo en su sitio con precisión matemática), aprendí a admirar a Elías Vived hace más de once años. Para mí es casi como el profeta que apartó las aguas del río Jordán, sanó las de Jericó, multiplicó el aceite, revivió a un muchacho, salvó a quienes habían ingerido un guiso envenenado, alimentó a hambrientos, exterminó la lepra, hizo flotar un hacha y guio a los reyes en la guerra.

Nuestro Elías propicia siete veces los siete milagros del sagrado cada día. Multiplica el hambre y la sed de ilusión de Lidia y de Loreto, de Jose y de Dani, de Rubén y de Marcos, de Pablo y Andrea, de Nacho... y de... Les enseña a caminar entre las aguas que higieniza de todos los desperdicios, agranda el aceite de las relaciones, revive la empatía, enseña y aprende...

Hizo once años en mayo cuando sobre la mesa celebramos la "cena de los grandes". La de los héroes de los pisos de vida independiente, un servicio más de Elías a Down que es tanto como decir un servicio más a la normalización, un servicio contra el estigma y la incomprensión. He padecido muchas "cenas de los idiotas" y aquella velada fue increíble. Lo tuvo todo. Cada palabra se recubrió de seda. El aroma se impregnó no sólo de los embutidos gentileza del maravilloso Miguel Escuer, sino también del terciopelo en la palabra, del asombro en cada gesto. Fue un universo en sí mismo. Aquellas tortillas de patatas con champiñones que trajeron Jose y Daniel (futuros autores literarios, ellos no lo sabían pero Elías sí), con el cariño de los dos universitarios con los que compartían piso, Guillermo y Miquel, dos delicias de posadolescentes, ahora seguros maestro ideal y odontólogo reputado. Esa serenidad que regala Enrique, no exenta de la adulación que exige la figura de Elías, el deseado de universidades iberoamericanas porque su sabiduría traspasa fronteras. La sorpresa, cuando Elías saca el vino de las uvas que cosecha y vinifica... Bueno, en esto, la verdad, es mejorable, pero al menos es de los adeptos al vino casero que reconoce que La Casera le ayuda. Aquello lo describió don maestría Myriam en el diario. Aquella noche, como diría José Manuel Porquet, es de las que se incorporan a los hitos existenciales de cada uno (bien es cierto que la expresión me la soltó ante un Gran Reserva de Pesquera que está sólo unos centímetros por encima del vino de Robres, ¡ejem!). Recuerdo cada momento de la velada, la fascinación de la sobremesa y la conversación posterior por teléfono con el hoy alcalde (y entonces) por el fenómeno que entonces prorrumpía acampado en las plazas contra la casta: el 15M. De las grandes jornadas de nuestra vida, todo se incorpora para la remembranza.

El reflejo de una sociedad humanizada, sentenció el hoy premio Cadis. Sí, definitivamente, nos hace mejores comprender la normalización en torno a las relaciones entre las personas con discapacidad que integran estas asociaciones y las personas con discapacidad que no somos conscientes de tal condición. Si entendemos esta naturaleza, no nos dejaremos arrastrar por las circunstancias ni por los prejuicios. Porque, volvemos al origen, a Camus, en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio. 

Puedo -y debo- ser crítico cuando lo demanda la situación. Y, sin embargo, Elías... Frente al vicio, la virtud.

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