Como todas las grandes plazas de toros, la Milla de Oro alberga su esencia cuando está "abarrotá". Esta noche de viernes era un ejemplo. La calle Padre Huesca, desde el Coso Bajo hasta la esquina con la encrucijada entre Argensolas y la calle Fatás, era un hervidero de personas disfrutando del escaso alivio que da este calor.
La denominada Milla de Oro es la sucesión de establecimientos de hostelería que recorren toda la calle del Padre Huesca hasta esa confluencia que conduce hacia las plazas Concepción Arenal y Alfonso el Batallador. Un lugar que durante los primeros años de aperturas se convirtió en un espacio de ocio de absoluta moda y que, como todas las zonas, ha tenido sus altibajos. Pero es conocida la costumbre de la población oscense de aflorar hacia las calles cuando suben las temperaturas.
Cuando asoma el estío y la Milla de Oro refulge, se puede aventurar que salvo catástrofe los cientos de sillas y mesas en las terrazas (para algunos demasiadas, para los hosteleros las suficientes como para rentabilizar sus negocios) van a rebosar de bebidas refrescantes y buena gastronomía. Y, sobre todo, ese bullicio que alienta el traslado del pensamiento y del ánimo hacia San Lorenzo. Las fotografías acreditan que algo de prelaurentis ya es.