A estas alturas del cuento —uno que parece sacado de una fábula urbana escrita a pluma y con mucho estilo—, la pareja de patos más famosa de Huesca ya no necesita presentación. Dueños de una elegancia silvestre y de una capacidad insólita para aparecer en los lugares más insospechados, han sabido conquistar no sólo las calles, sino también los corazones de quienes transitan la ciudad con los ojos bien abiertos. Pero cuando creíamos que ya habíamos presenciado todos los capítulos posibles de esta crónica plumífera, la realidad, siempre más creativa que la ficción, ha dado un giro inesperado.
Se les vio hace apenas unos días descendiendo con solemne aplomo por la calle Casado del Alisal, como si hubiesen salido de una tertulia en el Casino oscense, decididos a estirar las patas. Más tarde, fueron avistados en la piscina del Hotel Abba, quien sabe si están alojados o no en el establecimiento que dirige Manuel Solanilla. Pero la gran sorpresa ha llegado hace apenas unas horas, cuando los testigos nos han avisado de que los habían visto en las inmediaciones de la plaza Santa Clara... ¡Y la pareja no estaba sola!
Algo más pequeño, quizá más joven, pero no por ello menos resuelto, este inesperado personaje caminaba junto a ellos, con un aire tímido pero decidido, como quien se sabe novato pero quiere estar a la altura del mito.
Su llegada ha generado revuelo inmediato: ¿se trata de un primo llegado de otro parque? ¿Un admirador que ha conseguido colarse en el exclusivo círculo de los ya icónicos palmípedos? ¿O es, acaso, un misterioso mensajero de otras bandadas con noticias urgentes del mundo acuático? Quizá sea una adopción espontánea, una suerte de padrinazgo entre aves urbanas.
Los viandantes, entre atónitos y embelesados, sacaban móviles y sonrisas, conscientes de que estaban presenciando el nacimiento de una nueva dinámica, quizás incluso de un nuevo triángulo protagonista.
Huesca, que siempre ha sabido convivir con lo extraordinario, parece dispuesta a aceptarlo todo, incluso un comité de patos paseando con la naturalidad de quien tiene la ciudad entera por hogar.
Porque a veces, lo más insólito no es que pasen cosas extraordinarias… sino que ya no nos parezcan tan raras.