¿Cuándo se come aquí?

07 de Agosto de 2022
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Cartas gabachas: Un plato para compartir
Cartas gabachas: Un plato para compartir

Para muchos franceses, las horas de las comidas en España siguen siendo un misterio.

Uno de mis amigos parisinos me hacía un día esta confidencia: “El verano pasado estaba en Córdoba y una mañana sobre las nueve, cuando salía del hotel, me tropecé con un español que estaba desayunándose un café con dos rebanadas de pan con tomate, dos huevos fritos y una loncha de jamón. Me quedé sorprendido, porque me habían dicho que la debilidad de los españoles era el café con leche...”

Pero su sorpresa fue mayúscula cuando, hacia las 11 de la mañana, mientras se sentaba en una terraza para tomarse un café, vio en la mesa de al lado a seis jóvenes que se estaban zampando sendos platos con un par de salchichas (alguno incluso se había atrevido con el entrecot), huevos fritos y patatas fritas, todo ello acompañado de jarras de cerveza... Como le habían dicho que los andaluces no comían antes de las tres de la tarde, no entendía nada.

Y cuando, hacia las tres y media, contempló todas las terrazas de los restaurantes de bote en bote, no pudo evitar pensar: “A fin de cuentas, los cordobeses son aún más exagerados que los alemanes, que cenan a partir de las cinco y media, pero debe de ser porque prefieren aprovechar bien el fresquito de los largos atardeceres”.

También observó que, hacia las cinco de la tarde, algunas señoras mayores, a buen recaudo en cafeterías climatizadas, compartían pasteles de nata y bebían a sorbitos sus cortados, mas no les prestó toda la atención que se merecían.

Pero por fin, cuando se disponía a volver a su habitación de hotel allá a las nueve y media de la noche, y vio otra vez a grupos de ruidosas familias que invadían los comedores, concluyó: “Esta gente se pasa la vida comiendo, del principio al final del día, ¡no piensan más que en comer! No me extraña que algunos tengan sobrepeso“.

Con el fin de mejorar su cultura, no me quedó más remedio que empezar de cero y explicárselo todo. El aceite de oliva en el pan por la mañana, que sustituye a nuestra mantequilla bretona. El almuerzo, a menudo copioso, que sorprende porque precede de poco a la comida. La merienda, que permite a las abuelitas compartir un rato con sus nietos pasando juntos momentos que recordarán con cariño. Y la cena, tan tardía, que a nosotros los franceses se nos quedaría en el estómago y nos provocaría una difícil digestión.

Dos ritmos alimentarios muy diferentes, fíjense: los franceses adultos no se permiten más que tres comidas al día, hacia las ocho de la mañana un café con unas galletas, hacia las doce y media o la una la comida y hacia las siete y media u ocho la cena. Claro, neto y preciso. Y, por encima de todo, en una república monárquica gobernada por un presidente jupiterino, donde todo está organizado por espíritus cartesianos proclives a imaginar nuevas leyes, las cocinas de los restaurantes solo abren de 12:30 a 14:00 y de 19:30 a 21:00 horas.

Fuera de estas estrechas franjas, no te dan ni los buenos días si te presentas con la intención de sentarte a la mesa, la única respuesta es una frase autoritaria: “Hemos cerrado la cocina, el servicio se ha terminado”.

En España, resulta muy raro que un profesional de la restauración te cierre la puerta en las narices entre las nueve y las once de la noche, lo que es una gran ventaja de la economía turística española.

El gabacho oscense

 

 

 

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