La reconocida editora y escritora Sandra Araguás ha presentado una nueva incursión en el vasto universo de la tradición oral con Las tres naranjitas, un relato que, aun rescatando saberes ancestrales, obliga al equipo editorial a enfrentarse a los complejos desafíos que plantea la sensibilidad contemporánea. Este lanzamiento de Editorial Sin Cabeza, que sucede al éxito de Don Domingo Bardaringo, reafirma su apuesta por la recuperación de historias largas, elaboradas y pensadas para un público acostumbrado a escuchar.
El álbum, ilustrado por Rosa Mai, se presentó este sábado en un acto celebrado en el Salón Azul del Casino oscense, con la colaboración de la librería Anónima y su propietario, José María Aniés.

Las tres naranjitas es un cuento tradicional que Araguás descubrió inicialmente en papel, dentro de la colección La sombra del olvido del Instituto de Estudios Altoaragoneses, dedicada a recopilar el acervo oral de la provincia de Huesca. El relato fue transmitido por Mari Cruz Ferrer, una mujer de Barbuñales con un repertorio extraordinario de cuentos, romances, leyendas y adivinanzas. Entre ellos figuraba también Medio Pollé, ejemplo de esos relatos “elaborados” que exigen un tiempo narrativo prolongado. Contar Las tres naranjitas podía ocupar entre 15 y 25 minutos, una duración que revela la densidad de su trama: un viaje iniciático en el que el protagonista sale de su entorno solo para descubrir aquello que realmente importa.
La adaptación de esta narración al formato libro implicó una doble exigencia. Por un lado, condensar un relato oral de casi media hora en apenas 16 páginas; por otro, trasladar un cuento tradicional a un contexto contemporáneo altamente sensible a determinadas representaciones. Araguás admite que este proceso fue un “reto”, porque la tradición oral es un saber vivo que se transforma con cada generación, pero hoy exige una reflexión profunda para que la versión publicada no quede “fuera” del mercado.

Uno de los debates más complejos surgió en torno al título original, Las tres naranjitas del amor. El equipo editorial dudó sobre mantener la palabra “amor”, temiendo que aquello pudiera llevar a ciertos lectores a descartar el libro por distintas circunstancias, por ejemplo al creer que estaba dirigido “solo para niñas”.
A ello se sumaba la cuestión del matrimonio, un elemento habitual en los cuentos tradicionales en los que príncipes y reyes recorren el mundo en busca de aquello que permitirá casarse. En la actualidad, explica la autora, estas estructuras generan críticas de las familias lectoras y obligan a preguntarse: “¿los casamos o no los casamos?” Un dilema que revela la fina línea que debe recorrer cualquier adaptación de un cuento popular.
La discusión más delicada estuvo ligada al personaje antagonista. En la versión de la tradición oral, el mal estaba encarnado en una mora, figura frecuente en la fantasía aragonesa y caracterizada por su ambivalencia. Pero Araguás comprendió que hoy el lector adulto asociaría ese término a significados muy distintos. Para evitar explicaciones que ralentizaran el cuento, la editorial decidió sustituirla. Tras un proceso largo, la antagonista pasó a adoptar la forma de una bruja, arquetipo vigente en la narrativa infantil aunque también cuestionado. Estos personajes, defiende Araguás, funcionan como símbolos que enseñan “a cómo comportarse en el mundo”.

La colaboración con la ilustradora Rosa Mai, fundamental en el imaginario visual de la editorial, fue decisiva para dar forma final al libro. Araguás no le envió un texto: se lo contó entero por teléfono mientras conducía, porque Mai prefería escucharlo. La ilustradora buscaba “esa calidez y ese color” que permitieran llevar el relato “a otro mundo más de cuento”. La portada generó tal impacto que Iñaki Lasaosa la describió como una “segunda mano verde”, aludiendo a su estilo y gama cromática.
Mai ha abordado el proyecto desde una reflexión profunda sobre los arquetipos y su vigencia en la mente contemporánea. La ilustradora considera que la controversia no reside en los cuentos, sino en el lector adulto: el verdadero problema es el “filtro cultural” que los mayores aplican de forma inconsciente. Los niños, señala, no suelen experimentar estas dificultades, lo que constituye “la gran pista” para comprender la lectura actual de los cuentos. En su interpretación, Las tres naranjitas habla de la “verdad y la búsqueda del equilibrio”, un tema transversal en los relatos que han viajado por Europa y se han transformado sin perder su esencia.
Esta visión también determina su interpretación de la bruja, entendida no como personaje sino como circunstancia que irrumpe en la vida, provoca desequilibrio y obliga a crecer. El equilibrio, afirma, es siempre temporal, y el conflicto -representado en estos arquetipos- vuelve periódicamente porque forma parte del camino interior.

La fase que más disfruta Mai es la de la materialización, el momento en que las ideas adquieren cuerpo. Su proceso creativo, completamente manual, exige meses de trabajo y un grado extremo de precisión. Ella misma se compara con un “relojero”.
Utiliza un pincel del número uno, lápiz fino y música suave, sin recurrir a procesos digitales. La estética se construye en sesiones conjuntas con Araguás, donde Mai presenta propuestas y referentes culturales.
De forma casi intuitiva, reaparece en el libro la estética del desierto, ya presente en La mano verde, algo que Mai explica por la antigüedad de estos cuentos y la amplitud geográfica de sus viajes. Por eso decidió vestir a los personajes secundarios con indumentarias que podrían pertenecer a “cualquier lugar, de cualquier época”, configurando un universo visual atemporal.
Su formación en Bellas Artes se refleja en el uso de referencias iconográficas. Una de sus ideas más celebradas fue concebir un príncipe azul literal, transformado en una montaña con forma humana. También diseñó una protagonista inspirada en las vírgenes románicas, centrada en la maternidad como espacio sagrado. Para adecuarla al público infantil, Mai y Araguás modificaron la severidad tradicional de estas figuras, conscientes de que las vírgenes originales “no aprobarían” una sonrisa.

Otro símbolo significativo es la alfombra voladora, que la ilustradora interpreta como una cúpula celeste , un soporte que permite elevar a los personajes al final del cuento.
El libro incorpora además un elemento clave del sello Sin Cabeza: el juego en las guardas. A ser éste su título número 28, Mai debía idear una propuesta inédita. Diseñó un laberinto en el que el lector debe partir del origen -el príncipe cabalgando- y localizar objetos ocultos: la llave del castillo, la luna, el cangrejo y otros más. El objetivo es prolongar el vínculo afectivo que nace durante la lectura y llevarlo a un momento lúdico.
La editorial se reafirma en su compromiso con el talento local, una decisión que mantiene tanto en la elección de ilustradores como en la impresión en Gráficas Alós, en Huesca, pese a que podrían abaratar costes. Para Araguás, es una forma de “seguir haciendo ciudad”; para Mai, una manera de que su trabajo permanezca cerca del territorio que lo inspira.