El glorioso Benito "el Garbancero", el gran Pérez Galdós, explicaba su enorme inclinación al realismo descarnado en la descarga de cualquier culpa de la esencia vital: que se nutre de virtud y de pecado, de hermosura y fealdad.
El fútbol de hoy es extraordinariamente más físico y más profesional que el que conocimos algunos hace medio siglo. Aquello quizás era un dechado de tosquedad en algunas posiciones, como si los paradigmas por puestos obligaran a los laterales a ser rapidísimos pero poco hábiles en el pase, a los centrales a ser tochos que aguantaran las arremetidas de los fornidos arietes, a los porteros a salir como protección con las rodillas por delante, al cuatro y el seis -los centrocampistas- a aunar el perfil más completo, altius y fortius, a los interiores a ser técnicos y a los extremos a ser veloces.
En este balompié -sigue siéndolo- de estas tardes, muchos equipos acumulan posesiones aburridas e infructuosas, interminables en el intercambio del cuero como mercancía parecida a la falsa moneda, que nadie se la queda, y son capaces de convertir en un contragolpe fulgurante en un retorno vía varios pasos hasta el portero propio. Tan táctico es que, en muchas ocasiones, se cuentan con los dedos de la mano las jugadas realmente meritorias, deslumbrantes.
Todo contribuye al feísmo, pero resulta especialmente enojosa esa práctica por la que el espectáculo se limita a la mitad del tiempo comprometido y pagado porque el equipo que va por delante se dedica a una versión tan antideportiva como combinar las lipotimias con los calambres, las arritmias con los desmayos, los tirones con los piscinazos. Y así, piano, piano, un equipo como el Albacete, que ha derrochado estas pésimas actitudes contra el fútbol se solaza por la condescendencia de Cid Camacho, que prolonga ocho minutos pese a que durante prácticamente media hora apenas se ha movido el balón. Ni una sola amonestación por pérdida de tiempo que revelan una falta de criterio, tanto como la que constata las largas tertulias mantenidas con los jugadores. Recuerdo a Guruceta Muro, ese vizcaíno león maravilloso, que sostenía que son malos los colegiados que dan tantas explicaciones y tanto departen con los futbolistas. Si es de tarjeta amarilla, pues amonestación. Y si es roja, a la puñetera calle. Los circunloquios sobran. La exhibición de esta tarde de los albaceteños, que no han empatado ni ganado un punto ni lo han perdido por esto, contribuye a hacer de éste un deporte antipático.