Contra el asalto a la conciencia

08 de Noviembre de 2023
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La hoguera que resucitó junto a su muerte la razón de Miguel Servet está presta para destruir cualquier resquicio de civilidad conquistada tras siglos de arduo trabajo colectivo. Sucede en Oriente Medio, ocurre en nuestro entorno, y lleva camino de erigirse en un riesgo político y geopolítico sustantivo. Poco queda al servicio de la ética y del servicio público. Las llamas de las vanidades han dado pie, en plena mediocracia universalizada, a la explosión de los valores democráticos. Tsunami en proceso de liberación tras sus atrocidades no ha sido sino una creación vieja porque los bárbaros asomaron su patita hace siglos y hasta milenios, pero ha contagiado las calles de violencia. Paradojas de la humanidad, nunca se han celebrado tantos eventos literarios o filosóficos, nunca se ha aprendido tan poco de los libros,

Estoy absolutamente en contra de los asaltos a la proximidad de los partidos políticos. Si me pareció una aberración la intimidación en las sedes del Partido Popular con motivo de la Guerra de Irak, se me antoja inaceptable la presión ante las del Partido Socialista por la causa de la amnistía, a pesar de no estar de acuerdo con aquel sinsentido ni esta sinrazón. Me abominaron los escraches que la patulea emanada del 15M procuraba ante los domicilios de Soraya embarazada, y también los que sufrían en aquella época de confusión y aprovechamiento dirigentes populares y -menos, cierto es- socialistas. Esto no va de número de agravios. Se me antojó vomitiva la actitud de la hoy asalariada pública Rita mostrando sus "perjúmenes" en una iglesia, porque invade mi moralidad y para nada me "sulibeyan", que cantaran los de Palacagüina.

Una sede de un partido político es el recinto donde cada uno configura, edifica y arma su propio pensamiento colectivo, con el riesgo que, con la composición de nuestros criterios, conlleva de aciertos y de errores. Por tanto, es un escenario de libertad y de responsabilidad cuyo juicio temporal y definitivo compete a esa divinidad terrenal que es el elector. Pero, incluso en esa dualidad en positivo y negativo, cada formación tiene el derecho de estipular su ideario y sus intereses. La tenía el Partido Popular hace más de dos décadas, la tiene hoy el Partido Socialista, aunque no estemos de acuerdo -de hecho no lo estoy-, porque esa es la grandeza del Estado de Derecho que tanto está siendo tambaleado por un sistema imperfecto. Recuerden el maximalismo de Churchill en el sentido de que la democracia es el peor sistema de gobierno... a excepción de los demás. Y por tanto hay que defenderlo de las pulsiones irracionales, si menester fuera con "sangre, sudor y lágrimas".

Esta percepción, esta defensa de la sacralidad civil de los partidos incluso en sus equivocaciones propias del género humano, es perfectamente coherente y compatible con la libertad de manifestación, que incluso me parece conveniente, en esas ágoras que son nuestras plazas ante el ataque a la racionalidad, a la ética y a las leyes que no pueden ser vulneradas arbitrariamente que representa esa chulería multidireccional del independentismo antiespañol. Expresarse con civismo en los espacios comunes no sólo es un derecho, sino una cuestión de conciencia. Acechar, aunque sea con la palabra vociferante -no digamos con el extremismo que quema contenedores igual que los CDR o los borrokas-, una sede de un partido es precisamente un asomo hacia la amenaza de actitudes como las que llevaron a Miguel Servet, o a San Lorenzo, a las brasas de la injusticia.

P.D.: Sin responsabilidad, la convivencia es un frágil juego de niños. Empiezas bromeando, acabas haciéndote daño. Cuidémonos sin renunciar a nuestras convicciones.

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