La Magia nostálgica, un fiestón y una ausencia

12 de Febrero de 2023
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Había que ser muy joven o tener el corazón duro para no soltar unas lagrimitas. No digo un llanto como el de Alberto Gracia, al que le sorprendí pletórico de felicidad con una manguera bajo los ojos cuando todo llegaba a su fin. En el fondo, tenía todos los motivos. Semanas de tensión, de esfuerzo sin límites con Ernesto, con Lorenzo, con Francis, con Jorge, con Rubén... No quiero olvidarme a nadie.

La nostalgia induce a soltar el lacrimal. Y el sábado era un día para hacer caso a Federico García Lorca, que aseguraba que lloraba cuando le daba la gana. Y punto. Le sucedió a Alfredo Vizcarro cuando le tomé unas palabras y sintió, como un ángel que suspira al oído cuando pasa, a Toño Riva en el viejo pabellón del Parque. Si uno ha disfrutado de aquellos años en la vetusta instalación y no se emociona, es que no es de carne y hueso. Lo digo por la experiencia. El video fue formidable. Ver allí a tantos y tantos que hoy no están. Sentir las vibraciones del hermoso grito de Peñas, Peñas. Me remonto esos más de treinta años, la tremebunda victoria ante el Real Madrid, ante el Barcelona... y ante el CAI. Entre los protagonistas del homenaje, los había de todas las personalidades. Pero, sobre todos, dos "castas". César Arranz -que se hizo un hombre aquí- e Iñaki Iriarte. ¡Cómo no van a sentir como la mejor la victoria sobre los de las orillas del Ebro! De lo contrario, no serían de los nuestros. Y lo son, y mucho.

Sí, lloré. Cuando me dirigía al Palacio con José Mari y Carlos, que son de entonces (aunque el Pardina se empeñe en un imposible metafísico: tras las victorias, se cantaba "Peñas, sal" para ovacionarles). Lloraba mientras grababa mi video. Conforme salían todos. Con esas presencias de ese túnel luminoso, de donde nos hubiera gustado que emergieran los ausentes. Esa luz del túnel. Tan inquietante. Tan sugerente. Lloré de melancolía por la mejor época de la rica historia del deporte oscense. Porque la equiparación no es posible. Porque la del Bada de hoy lo es. Y porque la del Huesca de las últimas temporadas, hoy languideciente, también atesora esa definición. Quien quiera establecer parangones innecesarios, que lo haga. Quien renuncie a la efectiva capitalidad aragonesa del deporte, está en su derecho. Yo siempre lo proclamaré. Y en unas condiciones precarias las más de las veces. Sin la masa social que pueden atesorar las grandes ciudades. En realidad, la España moderna y el Aragón de hoy ha convertido a los ciudadanos en votantes. Votas y adiós. Y si tu comunidad ciudadana es pequeña, pues te aguantas. Las inversiones son capitalistas: dinero llama a dinero, gentío llama a gentío, la ruralidad es un discurso vacuo -y bien que lo siento-. Es una interrelación aberrante, pero lo que hay es lo que es (hasta que alguna vez una masa enfurecida, como el libro de Douglas Murray, despierte pacíficamente). Queda mucho camino por recorrer y el combustible es la lectura y la reflexión.

Lloré por la belleza del relato. Por la impotencia que da el conocimiento de las circunstancias que concurrieron en la venta y el declive. Porque es quizás inútil señalar, pero el paso sin retorno a peor vida de aquella época dorada tiene nombres de administraciones, autoridades, hechos, promesas incumplidas, abandonos, falsedades, y desgraciadamente no tengo claro que agua pasada pueda mover molino. Algún día, quizás, haya que escribir cómo se puede derrumbar un castillo de naipes maravillosamente diseñado por los Toño, Alfredo, Domingo, Carlos, etcétera, etcétera, desde palacios que no entendieron la magnitud social de aquella causa común, de aquella bandera provincial.

Y lloré, por dentro, por la injusticia de una ausencia. No voy a entrar en la lucha de egos que han tenido que soportar los magníficos organizadores del evento, porque la han sorteado fabulosamente. El que no va, pues no va. Nadie le echa de menos. Los que son son los que están y los que están son los que son. Aunque los indignados fueron en su tiempo.

Vuelvo a la ausencia lamentada: Sí quiero reivindicar a la persona borrada de la historia reciente de Huesca que, precisamente, fue la artífice de la Magia de Huesca, como a la salida del Palacio recordaba con otro que vivió de dentro aquella etapa, Javier Gironella. Aquel 9 de agosto de 1985 en que el pleno de la Diputación Provincial, rápidamente para llegar al cohete de San Lorenzo, aprobó la primera campaña de promoción de la corporación, la Magia de Huesca. La presidía Carlos García Martínez, el mismo que se empeñó en dignificar la sede de la misma administración con el actual Palacio. El mismo que trajo, a golpe de audacia y un intelecto desbordante, muchos de los logros de los que hoy presumimos o presumen (entre ellos la salvación del diario provincial). Él creó, el creyó y con el creció la proyección y la corporeidad marketiniana del Peñas en la Magia de Huesca. Y ante él, como hizo Arranz en un acto que le honra respecto a la ciudad que le quiso, hay que postrarse para reconocerle su papel en el alumbramiento. Esto también es memoria histórica. Y también soy consciente de que es tremendamente impopular, porque hay personajes sobre los que se echan paladas de olvido como si la hemeroteca no estuviera siempre ahí, al rescate. Yo, el sábado, me acordé de él. Y pensé en la mezquindad del sectarismo. Aunque sea con los nuestros... que no se sabe cuáles son.

Pero, tras una breve rabia, retornó el llanto de júbilo al ver a tantos jóvenes en el pabellón gritando Peñas, Peñas. Y me di cuenta, como Capra, de que me había zambullido en la idea de que un drama era cuando llora el actor, pero la verdad es que lo es cuando llora el público. Y ahí, todos regamos un latifundio.

P.D.: Si de verdad hay tanta voluntad de apoyo al CB Peñas en las instituciones, lo tienen sencillo. La voluntad se llama presupuestos, y luego a jalear al palacio con el "Peñas, Peñas". Lo demás, tiene nombre de coche compartido: es blablacar. Y el blablacar acaba en trayectos cortos y no en destinos trascendentales.

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