La calle Martínez de Velasco ha amanecido este martes con el eco de las motosierras que han dejado su zumbido clavado en la memoria de quienes asistieron, muy enfadados, a lo que perciben como la mutilación de su paisaje. Allí, donde hasta ayer dos plátanos de sombra extendían su manto protector sobre los viandantes, hoy queda el vacío de unos tocones que algunos vecinos sienten como cicatrices.
No entramos aquí a valorar si la tala de los plátanos de sombra es una decisión urbanística acertada o un error irreparable; ese es un debate legítimo que corresponde a técnicos, vecinos y autoridades. Lo que sí reclamamos, con firmeza, es el derecho inalienable de cada ciudadano a expresar su postura, sea a favor o en contra, sin temor a ser silenciado, desalojado o, mucho menos, detenido.
Porque, ¿qué crimen pudo cometer una ciudadana para pasar la noche en una celda de la Comisaría, más allá de alzar la voz en defensa de lo que considera suyo y de todos, como hicieron decenas de personas?
Allí, en ese rincón donde la razón debería haberse impuesto al exceso, el brazo de la autoridad se hizo dueño de la escena, como si tal castigo guardara una mínima proporción con lo sucedido. Un día después, y tras una noche seguramente muy dura, la detenida ha sido puesta en libertad y el caso archivado.
La decisión de ejecutar el apeo de dos plátanos de sombra mientras vecinos de Huesca se concentraban para impedir la tala de otro ejemplar generó una situación de tensión que no se apaciguó pese a las garantías del Ayuntamiento de que el cedro se mantendría. La actuación, lejos de parar ante la movilización, continuó sin las medidas necesarias para proteger a las personas que se encontraban próximas a los árboles, lo que generó un riesgo evidente, ya que cualquier incidente podría haber derivado en un accidente grave tanto para los manifestantes como para los agentes de policía presentes. La situación quedó patente cuando una gran rama se precipitó sobre un semáforo, dispersando varias piezas en la zona de concentración.
Y lo ocurrido este martes, vuelve a rozar el absurdo: se ha continuado con la tala de los árboles de Martínez de Velasco, mientras un agente, blindado en sus galones, ordenaba a periodistas abandonar el lugar porque “alguna rama podría caerles encima”.
Ah, pero si uno camina, si uno se mueve, parece que las leyes de la gravedad deciden tomarse un descanso, por lo que a los ciudadanos se les ha permitido pasar, pero ligericos, eso sí. Así que, periodistas, circulen, circulen, y no me tomen el pelo con sus argumentos de que están trabajando. ¿Insisten? ¡Pues hala, muéstrenme el DNI!
Qué curiosa interpretación de la física, qué peligrosa interpretación de la autoridad. Y no se trata de cuestionar el honor de quienes visten el uniforme; al contrario, sabemos que la Policía Nacional está compuesta por servidores públicos que merecen respeto y gratitud.
Pero lo sucedido en Martínez de Velasco no es una anécdota menor. Una sociedad, si no vigila, puede ver cómo le arrebatan derechos con la misma rapidez con la que caen los plátanos cortados.
La tala continúa, y con cada rama que cae, no podemos perder la confianza en que los guardianes del orden saben distinguir entre el deber y la extralimitación. Urge recordar que el respeto no se impone a golpe de galones: se gana con razones.
Porque, cuando el poder se impone al ruido de la protesta, cuando el temor se siembra entre vecinos, no solo se talan árboles. Se tala, lenta pero inexorablemente, la esencia misma de la libertad.