Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas (1 Pe 2, 21). El conjunto de La Enclavación es imponente, quizás uno de los más sobrecogedores de las procesiones de Huesca. La representación de la crucifición de Jesús en el Monte Gólgota, que comenzó a esculpir hace 95 años el grausino Felipe Coscolla.
Las cámaras de fotos y los móviles no pueden resistirse al espectáculo que es en sí mismo. Ese romano que preside desde la altura toda la escena con el letrero SPQR (El Senado y el Pueblo romano), el Cristo que sufre con su dignidad suprema, mientras un musculoso verdugo martillea con un clavo su tobillo. La imagen de horror virginal de sus acompañantes. Un hercúleo monumento que estremece y a la vez induce a la ternura. Y así ha salido esta tarde, a las 20:30 horas, la Procesión de la Cofradía de Santiago (cuya antigüedad se remonta a 1956 con la creación de Mariano Calvo y Ramón Manero) acompañado de otros cofrades compañeros, con el ritmo de los tambores de Santiago, de la Soledad de Almudévar y del Cristo de la Esperanza.
Tras recibir la bendición del párroco de la Iglesia de Santiago, Luis Gurucharri, la procesión se ha desenvuelto entre miles de personas en las calles de la ciudad, por la avenida del parque (por cierto, repleta de coches aparcados que dificulta no sólo la movilidad sino sobre todo la vistosidad procesional), por Miguel Servet y por el Coso Alto para enfilar en un esfuerzo enorme el pesadísimo conjunto por la calle Moya hasta la plaza López Allué. La vestimenta de túnica marrón con escapulario blanco que luce la Cruz de Santiago en Rojo, cíngulo marrón y centro de peregrino con concha y calabaza, ha lucido por las calles oscenses. Diez fornidos portadores en los laterales, el conductor, el encargado del freno y la única mujer del paso, Cristina, que han llegado a Goya y el Coso Bajo para terminar con los tambores de las cofradías como homenaje al Cristo sufriente.
