José María Cabrero cumple 80 años que celebra con 80 amigos de su rebaño infinito

"Su" Alquézar ha concentrado a admiradores de su obra pastoral y humana, con los sones de la jota y la sutil felicitación que emana de la admiración hacia "un Cristo en la tierra"

07 de Marzo de 2024
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Ochenta amigos para celebrar ochenta años de José María Cabrero
Ochenta amigos para celebrar ochenta años de José María Cabrero

Ochenta testigos de las ochenta velas que ha soplado. Tiene mucho pulmón José María Cabrero, el mosén eterno del Sobrarbe y el Somontano, el cura de Alquézar por excelencia, desde hace meses destinado a la parroquia de San Francisco de Asís de Huesca. Caprichos del destino, decisiones episcopales, ha ido a caer para fortuna de los parroquianos en el templo consagrado al santo que más amó a los animales, y que en el núcleo central puso al hombre.

Este mediodía, de la manera más discreta en la que se pueden reunir ochenta almas, se han congregado en un restaurante de Alquézar un amigo por año que ha cumplido. Si se hubiera abierto la convocatoria, habrían sido cientos los encontrados en torno a la palabra, la oración y la jota del cura Cabrero. Pero, por una vez y sin que sirva de precedente, Mariano Altemir, uno de los grandes muñidores de la celebración, se ha plegado a los deseos de José María Cabrero, al que el exalcalde considera un "Cristo en la tierra". Y, en obediencia ciego hacia la discreción reclamada por el mosén, se ha cerrado en números clausus la magnitud de los comensales: 80. Los 80 que han cantado los 80.

Con la sencillez propia del homenajeado, en Alquézar se respiraba el sutil aroma de la amistad. Con José María Cabrero, su hermano Mariano, su biógrafo José Antonio Adell, el alcalde pretérito y la alcaldesa presente, personas importantes en su vida como Ignacio Almudévar (ser sitamino es un grado) y eximios joteros como el Chato Lasierra y su ronda perpetua a la vida. Entre palabra y canción, alguna entonada por el cura Cabrero, ha transcurrido la velada sin alardes, con la sencillez solicitada por el homenajeado, con el verbo como flor y el hasta siempre porque, cómo no, por ese imperativo legal que él se autoimpuso hace muchas décadas, una misa es sagrada y sus feligreses le esperaban a las siete de la tarde.

Y ahí, sobre el mantel, se han quedado las migas de una vida pastoral prolífica que ha sembrado de vida a su enorme rebaño, ese que cuando cumplió setenta se reunió por ciento también en torno a una mesa, que ha recuperado el patrimonio de todos, que ha elevado más si cabe "su" Colegiata de Santa María y ha regado "su" Carrasca Milenaria de Lecina. En el ambiente, las gotas de sabiduría del profesor de Biología y del teólogo, mezcladas con los sones de la jota y el tacto aterciopelado de la palabra convertida en verdad. Entre las paredes, a estas horas, sean las que sean en que usted esté leyendo este humilde relato, todavía susurran las voces atemperadas de la amistad y el soplo de 80 velas. Como ochenta soles. Y las que quedan.

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