Óscar Sipán clausura su verano criminal en Huesca: “¿Por qué matamos, cómo y a quién?”

El escritor despide en la Fuente del Ibón un programa de historias de violencia y secretos del siglo XIX y principios del XX

29 de Agosto de 2025
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Óscar Sipán, en una de las sesione que ha impartido este verano. Foto Mercedes Manterola
Óscar Sipán, en una de las sesione que ha impartido este verano. Foto Mercedes Manterola

"¿Por qué matamos, cómo matamos, cómo nos matamos y a quién matamos?" Son las cuatro preguntas que Óscar Sipán lanza al aire con cada sesión de Crímenes en la Fuente del Ibón, una de las propuestas más perturbadoras y fascinantes del verano oscense, que ha causado la fascinación de alrededor de 2.000 personas, entre vecinos de la ciudad y turistas.

La actividad, enmarcada en el programa “Huesca es otra historia. Un verano de leyenda 2025”, impulsado por el Ayuntamiento, ha puesto voz a crímenes sepultados bajo el polvo del tiempo, algunos anclados en la memoria colectiva y otros bastante desconocidos.

Narraciones acompañadas por acompañado la magia musical del violín de Daniela Nikolova, que huelen a pólvora, a hierro oxidado y a silencios, y que en muchos casos tienen un denominador común: las herencias. “La figura del heredero único tensionaba las casas hasta el punto de que gran parte de los crímenes tiene eso de fondo”, reflexiona Sipán, que ha investigado durante años estos episodios de sangre con una mirada a medio camino entre el periodista y el antropólogo.

Pero el dinero no lo explica todo. Hay otros móviles que laten en estos relatos. El desamor que se pudre, el orgullo herido, los pequeños detalles que actúan como mechas cortas. Cuestionar una partida de guiñote y acabar muerto, o recibir un reproche sobre la limpieza y responder con violencia… "Esas cosas pasaban, y más de lo que creemos”, relata el escritor, que afirma entre risas que "la crítica no la llevábamos bien".

cómo matamos. La Huesca de finales del XIX y del primer tercio del XX era un territorio áspero, donde demasiada gente iba armada: pistolas, navajas, cuchillos “para cortar el almuerzo” que, en un arranque, podían convertirse en instrumentos de muerte.

La violencia, como un hilo rojo, atraviesa generaciones. La venganza también se colaba en las casas y se transmitía como herencia intuida. Si a alguien había matado a un hermano, si el odio se había cultivado a fuego lento, al llegar la guerra el ajuste de cuentas estaba servido.

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El suicidio, tabú entonces y todavía incómodo ahora, se asoma entre las páginas de los archivos que Sipán ha hurgado con paciencia de arqueólogo. ¿Cómo nos matamos? “Hace poco gané un concurso con una nota de suicidio muy rotunda que encontré, de un hombre que decía estar cansado de vivir entre malvados", recuerda.

Tras cada par de zapatos perfectamente alineados al borde de un pozo, había una historia, un último gesto que hablaba más del mundo de los vivos que del silencio de los muertos. Lo único, lo mejor que le quedaba, de herencia para sus allegados.

En el mapa del horror que Sipán ha trazado, hay patrones dolorosos: mujeres que, especialmente en las comarcas orientales del Alto Aragón, se suicidaban con lejía o salfumán, a un ritmo terriblemente lento; hombres que se volaban con dinamita -en una provincia donde los explosivos corrían con las obras públicas-, cuerpos encontrados sin cabeza en medio de un campo; familias rotas por infanticidios nacidos del hambre y el analfabetismo.

"La gente cree que ahora pasan más cosas, pero no. Antes también, pero no nos enterábamos"

Y luego, aborda el a quién matamos: hermanos enfrentados por fincas, padres muertos por disputas de lindes, alcaldes, concejales, secretarios, jueces y guardias forestales abatidos en medio del monte. “La gente cree que ahora pasan más cosas, pero no. Antes también, lo que pasa es que no nos enterábamos”, dice.

El escritor evita el morbo gratuito. No hay placer en la sangre; hay curiosidad científica y un empeño por rescatar historias olvidadas que hablan, en realidad, de lo que somos. 

MÁS DE DOS MIL PERSONAS

Alrededor de 2.000 personas han acudido a escuchar a Óscar Sipán -más de doscientas por sesión-, un número contundente, prueba irrefutable de lo que ha significado Crímenes en la Fuente del Ibón para este verano.

Desde finales de junio hasta este jueves 28 de agosto, el ciclo ha sido mucho más que una actividad cultural: ha sido una peregrinación de curiosos, turistas y vecinos de todas las edades hacia un rincón de la ciudad convertido en escenario de memoria y de ficción. “La gente viene incluso a cenar a los bancos -explica Sipán-. Se traen la tortilla, el bocadillo, se instalan como si aquello fuera un merendero improvisado, y luego escuchan. Antes de empezar me hacen preguntas, quieren saber más, quieren historias nuevas. Es muy bonito, porque hemos ido creando una relación. Incluso hay familias que me dicen: ‘Si mañana cuentas algo de León, volvemos’”.

"¿Harías esto en Madrid? Creemos que podría funcionar"

Lo que nació como una propuesta local se ha ido expandiendo, como una piedra lanzada al agua que genera ondas más allá de su orilla. “Hace poco -recuerda-, una técnica del Ayuntamiento de la capital de España me dijo: ‘¿Harías esto en Madrid? Tenemos un parque con escenario y creemos que podría funcionar’. Y claro, ahí entiendes que el formato trasciende lo local. Que las historias, aunque nazcan aquí, hablan un lenguaje universal”.

HISTORIAS QUE DUELEN Y FASCINAN

Cada noche, Sipán ha desplegado un catálogo de casos que parecen sacados de un archivo de sombras. A menudo, el público llega convencido de que en Huesca “no hay crímenes grandes” y sale con la certeza de que la realidad, muchas veces, supera a cualquier ficción. “Cuando me preguntaban por Truman Capote y A sangre fría -cuenta-, yo les decía que aquí también tenemos historias terribles. Les hablé, por ejemplo, del crimen de San Juan de Plan: dos carabineros aprovecharon que el padre de familia estaba fuera, entraron en la casa y mataron a la madre y a cuatro de los cinco hijos. El quinto logró escapar y avisar al pueblo, lo que permitió detenerlos”.

Ese es solo uno de los tantos episodios que el escritor rescata de los archivos judiciales, actas municipales y viejos periódicos. Casos donde el dinero, el rencor o los celos actúan como detonantes. Como aquel crimen sin explicación en una paridera de Almudévar, donde murieron cinco pastores sin que nunca se aclarara el motivo, o el ajusticiamiento en 1851 de Mariano Barranquero, un joven soldado que regresó de Filipinas y, al descubrir que su antigua novia se había casado, la mató de una cuchillada junto a su hermano. “Lo ejecutaron en la plaza del Ayuntamiento -narra Sipán-, y el caso sacudió la ciudad. Incluso se suicidó antes de ser ajusticiado, pero el juez ordenó que lo ejecutaran ya muerto. Era otra época, otra mentalidad”.

Cada sesión ha sido, como él mismo define, “un menú de picoteo”. Historias seleccionadas año por año, que muestran cómo la violencia se repite en patrones casi idénticos: herencias que enfrentan a hermanos, disputas por tierras, críticas que terminan en disparos, suicidios silenciosos que dejan cartas escritas con una caligrafía limpia y desesperada.

“Los alcaldes y concejales aparecen mucho en los archivos -explica-. Era una época en que cuestionar el poder podía ser una sentencia. En Fraga, en 1933, un carnicero mató al alcalde, Rosendo Serra Colomer, porque una orden municipal prohibió los sacrificios fuera de horario. 

"La gente ha entendido que esto no es morbo, sino curiosidad científica"

Ahora, con el cierre del ciclo, Sipán sabe que lo que comenzó como una propuesta experimental se ha convertido en un retrato colectivo. Dos mil personas han pasado por la Fuente del Ibón. “Lo más bonito -admite- es ver cómo la gente ha entendido que esto no es morbo, sino curiosidad científica, porque, al final, estas historias, con toda su crudeza, no hablan de la muerte: hablan de lo que somos”.

“Estoy muy orgulloso de haberle dado vida a una plaza que no la tenía, que siempre ha estado vacía, que nunca se ha hecho ahí nada. Y, de repente, hablar bajo los árboles con la gente, escuchar cómo se quedan, cómo participan, cómo preguntan… te das cuenta de que había una necesidad latente. La gente quiere hacer cosas distintas". 

“Lo más bonito -continúa- es que casi hemos entablado relaciones de amistad con gente que no conocíamos. Al menos cinco o seis familias están haciendo ya investigación. Vienen antes o después de las charlas y me cuentan: ‘He estado en el archivo provincial, me han derivado al archivo judicial’, o ‘He encontrado un documento que no sabía que existía’. Eso me pone muy contento, porque te das cuenta de que esta experiencia no acaba aquí, que sigue creciendo en otras manos”.

Al principio, muchos se acercaban con cierto temor, ahora saben que la crónica negra es, en el fondo, crónica social, que lo que asoma en esos relatos es la raíz de lo que somos. “La gente ha descubierto que esos crímenes, que parecían tan lejanos, sucedieron en la Plaza del Ayuntamiento, en la Plaza San Pedro, en Ronda Montearagón, en Padre Huesca, en la Plaza de Santa Clara, en la ermita de Salas, en Villahermosa, en Lanuza… todo nos queda muy cerca”.

"Ha  venido un forense a aportar datos y la novia de un asesino"

A veces, el azar añade su propia banda sonora a las veladas. “Ha venido un forense a aportar datos, o la novia de un asesino que quería aclarar detalles; gente que recuerda casos casi populares y otros que apenas dejaron un breve en el ABC en los años 60. Y lo más mágico es cuando alguien te completa un crimen, o te da una pista para seguir tirando del hilo. Aunque no siempre todo sea cierto, abre caminos”.

Y es que todo lo que cuenta Óscar Sipán tiene raíces sólidas: horas y horas de archivo, hemeroteca y documentos originales. Bajo cada historia, bajo cada nombre pronunciado con la gravedad que exige el respeto, hay un mapa secreto de trabajo silencioso que, como los propios crímenes, se despliega con paciencia.

Este jueves, con el último pase, se ha cerrado el telón de este escenario de palabras y música. Pero las preguntas seguirán ahí, flotando como un presagio: ¿por qué matamos, cómo matamos, cómo nos matamos y a quién matamos? Preguntas que, como el rumor del agua en la fuente, nunca dejan de sonar.

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