¿Otra vez Garnacha?

El vino aragonés es mucho más que una moda, es un patrimonio

patri sola
Gastrónoma y bromatóloga
10 de Junio de 2025
Guardar
La garnacha, mucho más que una moda
La garnacha, mucho más que una moda

Soy del Campo de Borja. O sea, que la Garnacha no me la tenéis que vender. Yo crecí rodeada de cepas nudosas y retorcidas como mi propio carácter, que con una copa de tinto me vuelvo filósofa. He defendido la Garnacha en bares, catas, congresos y hasta en alguna boda con canapés congelados. He gritado con orgullo eso de la garnacha es la reina de las variedades aragonesas, mientras apuraba una copa con más cuerpo que el gimnasio de Thor. Hasta el sobrenombre de “Lady Garnacha” me gané entre amigos y conocidos por la turra que podía llegar a dar. Pero llega un punto, amigas y amigos, en el que una no puede más.

Y ese punto ha llegado.

Porque vamos a ver: ¿desde cuándo la Garnacha se ha convertido en la Beyoncé del viñedo? Que sí, que es versátil, expresiva, que da vinos con fruta, con nervio, con alma. Que sí, que durante años ha sido despreciada y ahora renace cual ave fénix entre cabernets y syrahs. Pero, sinceramente, ¿no estamos ya un poco pesaditos con el temita?

Hasta hace no tanto, uno de los grandes eventos garnachistas del año era la Muestra de Garnachas del Campo de Borja, que oye, chapeau, un ejemplo de cómo poner en valor una variedad con identidad y territorio sin que nos sangren los oídos de tanto escuchar su nombre. Pero ahora… ahora la Garnacha está en todas partes. Catas temáticas, semanas internacionales, masterclass, foros, congresos, ferias, “garnachazos”, “garnachólogos”, “garnachismos”… Si alguien organiza un taller de ganchillo (los hachas del naming están perdiendo una gran oprtunidad de llamarlo “garnanchillo”) y no hay un maridaje con Garnacha, me sorprendo. Si una exposición de arte no se titula “Colores de Garnacha”, parece que no tiene sentido. Vamos, que un día de estos abres el grifo de la ducha y te cae rosado de garnacha con aromas a frutas del bosque y espuma de hype.

Y claro, si yo, que he crecido respirando garnacha y creyendo en ella, empiezo a tener sarpullidos cada vez que oigo su nombre, no quiero imaginar lo que le pasa al resto de la humanidad. ¿Dónde están los límites? ¿Dónde está el botón de “pausa”? ¿Es que no hay nadie que diga: “oye, igual nos estamos pasando un poquito con esto”?

El problema no es la Garnacha, pobrecita mía, que bastante ha tenido con sobrevivir a la modernidad de los noventa y al desprecio de más de un técnico de bodega que la miraba como a una ex con reproches. El problema es que, como buenos españoles, cuando algo funciona, lo exprimimos hasta dejarlo seco. Le damos vueltas y más vueltas hasta que se convierte en caricatura de sí mismo. Y, en el camino, olvidamos que hay vida más allá.

Porque vamos a decirlo alto y claro, aunque mi alma borjana se revuelva al escucharlo: la Garnacha no es la única uva que merece nuestro amor.

Sí, Garnacha, “mai lof”, no te enfades. Te quiero, pero no quiero que me asfixies. Porque tenemos otras variedades aragonesas igual de nuestras, igual de históricas, igual de sufridas y, en muchos casos, incluso más necesitadas de atención.

Ahí está, por ejemplo, la Cariñena (también conocida como Mazuelo por otras latitudes), que ya tiene que tener paciencia la pobre, porque tiene hasta denominación de origen con su nombre, pero sigue a la sombra. ¡La sombra de la Garnacha, por supuesto! Cuando es una variedad con una acidez fantástica, con capacidad de guarda, con personalidad y con un punto de rusticidad honesta que se agradece entre tanto vino “instagrameable”.

¿Y qué me decís de la Parraleta? ¿No os suena? Normal. Es que si no lleva una etiqueta de Garnacha en mayúsculas, parece que no interesa. Pero la Parraleta es una joyita del Somontano, una variedad delicada, fresca, de esas que no hacen ruido pero que cuando las pruebas, te hacen levantar la ceja (en el buen sentido, no como cuando te dicen “otro festival de garnacha”).

Y seguimos: Alcañón, blanca, aragonesa, y rescatada del olvido por gente con más pasión que presupuesto. Vinos florales, con volumen, con carácter… Pero claro, como no rima con Garnacha, no le dan ni medio post en Instagram.

Y la Moristel, que podría tener un club de fans si se hiciera la mitad de esfuerzo que se hace con la Garnacha. Una tinta que aporta frescura, acidez, y que en mezcla o sola puede dar auténticas sorpresas. Pero nada, invisibilizada como una secundaria de culebrón.

Entonces, me pregunto: ¿por qué no aprovechar este furor global por la Garnacha para hacer pedagogía sobre la diversidad de variedades aragonesas? ¿Por qué no usamos el altavoz mediático para hablar de todas nuestras uvas, y no solo de la que ahora resulta que es tendencia internacional?

Porque claro, en vez de subirnos todos al tren de la Garnacha y dejarnos llevar como borregos en un AVE sin paradas, podríamos hacer un poco de estrategia. Hacer que el interés por la Garnacha actúe de trampolín, no de tapón. Que su éxito tire del carro y no lo bloquee. Que Garnacha sea la reina, sí, pero en una corte con damas de honor como la Parraleta, la Moristel, la Cariñena… y hasta el Alcañón, que aunque sea blanco, también tiene su corazoncito.

Pero para eso haría falta que dejáramos de hacerle la ola a cada cata de Garnacha como si fuera la reinvención del vino. Haría falta dejar de ponerle nombre de Garnacha hasta al último festival de food trucks. Haría falta decir en voz alta lo que muchos piensan y no se atreven a decir por miedo a que los linchen con una copa de viñas viejas: que la garnachitis aguda ya está alcanzando niveles de pandemia.

Y repito, esto lo dice una del Campo de Borja. No una outsider. No una enemiga. Lo dice una que lleva años predicando por la Garnacha como una evangelista con copa en mano. Precisamente por eso me siento con autoridad para decir: amigas, amigos, bajemos un poquito el soufflé.

No sea que, de tanto manosear la Garnacha, acabemos por cansar incluso a los que más la han querido. Y sería una pena que esa gran historia de resurrección y orgullo vitícola acabara convertida en meme.

Así que por favor: brindemos por la Garnacha, pero también por todas esas variedades que siguen esperando su momento de gloria. Porque el vino aragonés es mucho más que una moda. Es un patrimonio. Y como todo patrimonio, merece respeto, diversidad y un poquito menos de turra.

Salud. Y menos monotema.

Archivado en

Suscríbete a Diario de Huesca
Suscríbete a Diario de Huesca
Apoya el periodismo independiente de tu provincia, suscríbete al Club del amigo militante