El Hotel Avenida se convirtió en epicentro de brindis, anécdotas y algún que otro chascarrillo bien servido. No todos los días se cumplen 25 años y menos en el mundo del vino, donde la paciencia es virtud, y la botella, altar. La bodega aragonesa Pago de Aylés celebró sus bodas de plata presentando, como corresponde, un vino especial: una edición limitada de 1408 botellas, aprovechando su onomástica.
El maestro de ceremonias fue Mariano Navascués, polifacético, televisivo y con suficiente cintura para alternar solemnidad con la ironía necesaria.
De Alfonso II al Pago: mil años resumidos en un brindis
Para entender lo de Aylés hay que retroceder más de lo que marca el calendario de Google. Ya en el siglo XII, Alfonso II cedía estas fincas a los monjes del Císter para menesteres vinícolas. Mucho más tarde, en 1995, comenzaba la construcción de la actual bodega y, en el año 2000, se lanzaba su primer vino. Desde entonces, la finca —unas 3.000 hectáreas— ha pasado de lugar de vacaciones familiar a convertirse en la única bodega con denominación Vino de Pago en Aragón, un club exclusivo del que apenas una veintena de bodegas forman parte en toda España.
Voces de ayer y de hoy
La primera en intervenir fue Inmaculada Ramón, “Piti” para familia y amigos, propietaria actual y pieza clave desde los orígenes. Filóloga de formación y enóloga por vocación tardía, confesó que su padre, Federico Ramón, le inoculó el gusanillo del vino y que lo que empezó como curiosidad académica acabó en forma de proyecto vital. Con los años, sus hermanos, Federico y Ana, terminaron sumándose a la aventura.
Después habló Carlos Valero, distribuidor desde 2001, que recordó con retranca aquellos tiempos en los que, si uno pedía vino aragonés en un restaurante, lo más probable es que se lo sirvieran en una jarra de barro (con suerte, limpia). Frente a ese panorama, la propuesta de Aylés sonaba a revolución: finca con materia prima de primera, maquinaria puntera y un equipo humano que derrochaba ganas.

Por último, el turno fue para Jorge Navascués, enólogo de la casa y auténtico agitador desde su llegada en 2002. Fue él quien apostó por la garnacha, quien se atrevió con un rosado en botella oscura (el primero de pago en España) y quien impulsó el cultivo ecológico y las etiquetas más reconocidas en la actualidad: Cuesta del Herrero y Senda de Leñadores. En sus palabras, “altitud, latitud, terruño y agua cercana” son los cuatro mandamientos para hacer buen vino. Nada de roble americano, mucho menos maquillaje: la fruta y la tierra mandan.
La cata: un viaje en cinco copas
La velada no se quedó en discursos. Los asistentes pudieron viajar en el tiempo a través de cinco vinos que resumen un cuarto de siglo de historia:
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Aylés Crianza 1998: el primer vino comercializado por la bodega, elegante y sorprendentemente vivo.
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Cuesta del Herrero 2023: mezcla de tradición y modernidad con un “field blend” que recupera prácticas históricas.
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Senda de Leñadores 2021: potente, elegante, con un final largo que haría palidecer a más de un discurso político.
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S. de Aylés 2015: garnacha en estado puro, fresca y sutil, premiada y aplaudida.
- Aylés 25 Aniversario: la joya de la noche, apenas 1.408 botellas elaboradas en dos barricas de roble excepcional. Aromático, equilibrado y con una botella que rinde homenaje a las primeras añadas.
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La cata
Más que vino, un capital humano
Si algo quedó claro en el aniversario es que Aylés no solo presume de viñedo y paisaje (de paso, catalogado como zona de especial protección para las aves -ZEPA-), sino de un equipo que ha hecho posible que aquella finca familiar se haya convertido en referencia nacional.
Tras la cata, hubo picoteo, como mandan los cánones: buen vino pide buena mesa. Y entre brindis y risas, el mensaje fue claro: los próximos 25 años de Pago de Aylés se afrontan con el mismo espíritu del inicio, solo que con más experiencia… y alguna cana más.
Porque en el fondo, de eso se trata: de dejar que el tiempo, como al vino, nos mejore.