Terrorismo de influencia

Determinados influencers usan sus redes para compartir sus berrinches y quejas sobre productos o servicios que creen que no están a la altura de sus expectativas

patri sola
Gastrónoma y bromatóloga
16 de Noviembre de 2022
Guardar
Cuidado con el Terrorismo de Influencia. FOTO YAHOR URBANOVICH
Cuidado con el Terrorismo de Influencia. FOTO YAHOR URBANOVICH

Llevo unos días dándole vueltas a un vídeo que ví en redes sociales. En él, una persona a la que podría considerarse ‘influencer’ por el número de seguidores que ostenta en la susodicha red social, ponía ‘a caer de un burro’ un establecimiento mientras se paseaba nervioso frente a la fachada de este para que se viese bien su cartel luminoso.

En el vídeo, comentaba indignado, que habían tardado más de 45 minutos en atenderles tras llegar al local con una reserva hecha y tras dos llamadas de atención al personal del local.

A priori, puede parecer una situación indignante, haya el trasfondo que haya tras esta queja, pero empiezas a pensar, intentar entender, e incluso empatizar con el personal del local y se te ocurren mil motivos por los que se pudo producir esta circunstancia, aunque es cierto, que algunos de estos motivos sólo se puedan conocer teniendo algo de experiencia en el ‘maravilloso’ mundo de la hostelería.

A priori, se me ocurren dos causas sencillas que pueden tener un peso específico importante, en lo ocurrido esa noche. 

La primera, los problemas de personal con los que se está topando la hostelería desde hace tiempo que, a veces, les obligan a contratar a personas con poca experiencia e incluso ausencia total de seriedad, que incluso llegan a no aparecer a trabajar en su jornada laboral o lo hacen en condiciones más que deplorables si el día de antes han salido de fiesta (hasta aquí puedo leer). En concreto, la ‘noche de autos’, fue la del 31 de octubre, pleno ‘Jalogüin’, de modo que algún camarero o cocinero pudo hacer bomba de humo a modo de ‘truco o trato’. En serio. Es más frecuente de lo que pensamos.

La segunda causa pudo deberse precisamente a la celebración de esa ‘noche festiva’. Sé por experiencia que ese restaurante trabaja muchísimo en ‘delivery’. Una sobrecarga de trabajo en la cocina puede suponer un cuello de botella para el servicio, que retrase tanto la entrega a domicilio como el servicio en sala. Incluso aunque se vean desbordados y decidan apagar las consolas de las aplicaciones del ‘delivery’ (una práctica habitual), el mal ya está hecho y se va a ir arrastrando el retraso durante todo el servicio.

Se me ocurren unas cuantas razones más, incluso algunas, derivadas del trato a los camareros a la hora de comunicar las quejas, pero creo que las dos comentadas anteriormente son las que más papeletas pueden llevar.

¿Y por qué le estoy dando vueltas a este tema con la de vídeos de quejas que veo en redes sociales? Pues porque el otro día yo viví una experiencia similar con un final diametralmente opuesto al caso expuesto.

Actualmente soy jurado en el Concurso de Tapas de Zaragoza y ello implica, que he de desplazarme de local en local probando las tapas que la organización, la Asociación de Cafés y Bares, me ha marcado, sin identificarme como jurado hasta el final de la consumición. El viernes, acudí a uno de estos locales y me topé que estaba hasta la bandera y debido a ello, habían inutilizado la barra para poder ajustar alguna mesa más en el local y poder ganarse dignamente su sueldo. Vale. Les indiqué si podíamos tomarnos la tapa en la terraza exterior. El viernes. Con la bajada radical de temperaturas. En la calle. Me dijeron que si no me importaba, que perfecto, que me servían la bebida y que ya nos sacarían la tapa. Estuvimos más de treinta minutos expuestos a los meteoros adversos. Frío y cierzo mientras bromeábamos, con la idea de que se habían olvidado de nosotros. Pasado ese tiempo entré al local con una sonrisa, porque mi madre me enseñó que se saca más con miel que con hiel, y les pregunté sonriendo y bromeando a la vez, si se habían olvidado de nosotros. La cara del propietario del local fue un poema. Balbuceó algo y se metió corriendo a la cocina para salir medio segundo después para decirme que me sacaba las tapas enseguida.

Y enseguida las sacó.

En menos que canta un gallo estaba en nuestra mesa, pidiéndonos perdón y explicándonos que se había quedado sin personal y habían tenido que contratar a una camarera con escasa experiencia por lo que su otra camarera, tenía que estar enseñándole y pendiente de ella. Aún intercambiamos un par de frases pero yo no dejé de sonreírle mientras él se abría contando las incidencias del día y yo le decía que no se agobiase.

Terminadas nuestras tapas, recogimos la vajilla, y la metimos en el local para intentar aligerar un poco la carga del personal y antes de indicar que era jurado, nos dijo que nos invitaba a la consumición. Cuando le dije que era jurado, el buen hombre no sabía dónde meterse…

Con esta comparación no quiero dar lecciones a nadie ni dar a entender que yo sea la Madre Teresa de Calcuta, que no, no lo soy ni de lejos, ni que la otra persona sea el demonio con pintas, solamente quiero volver a dejar patente la falta de empatía, y la poca humildad con la que se trata a la hostelería, porque por experiencia puedo decir que nadie da un mal servicio por gusto y al igual que yo soy humana y meto la pata constantemente agradeciendo que no me lo reprochen de malas formas, ni me ‘tiren mierda’ por mis errores, los demás también lo agradecen, sobre todo, si no se les lanza una bomba de racimo de ‘influencia’ en medio del local, con las que está cayendo…

 

Archivado en

Suscríbete a Diario de Huesca
Suscríbete a Diario de Huesca
Apoya el periodismo independiente de tu provincia, suscríbete al Club del amigo militante