Feliks es el último testamento vital de Macario Olivera Villacampa, fallecido esta semana con 85 años después de dejar una huella honda en la sociedad oscense de toda la provincia.
Feliks es el hijo de Lida, la joven ucraniana cuya alarmante y desesperada situación motivó la expedición del cabo Javier Martín y el médico Just Antolín, 8.000 kilómetros para encontrarse con ella y su hija Sofía, de 13, y traerlas hasta Zaragoza para el seguimiento de su embarazo que, al decir de la sanidad ucraniana, estaba condenada a ser interrumpido por presuntas malformaciones en el feto. Una vez en tierra aragonesa, los sofisticados métodos de diagnóstico descartaron esa posibilidad que los médicos de su país daban como cierta. Todo radicaba en la desnutrición.
Como desveló en el obituario de Macario Olivera EL DIARIO DE HUESCA, quiso aportar una cantidad de mil euros para sufragar parte del gasto del viaje del guardia civil y el galeno, como hiciera con cuatro mil euros para el desplazamiento hasta Ucrania con 27.000 kilos de alimentos donados por unas conserveras riojanas. En su momento, la condición del cura era el anonimato. No le importaba que cundiera su ejemplo, pero no deseaba ningún tipo de protagonismo a través de la identidad.
Deseaba, eso sí, realizar una bendición en el momento en que fuera posible al bebé, sin entrar en cuestiones religiosas del credo de Lida. Y en tal compromiso habían quedado. Sin embargo, Lida, Sofía y Feliks han partido hacia su país por motivos exclusivamente patrióticos y familiares -allí está su marido, en el frente- y el encuentro con el benefactor Macario había quedado emplazado para el próximo verano, cuando Lida tiene intención de volver a España.
Javier Martín, emocionado y sobrecogido por el fallecimiento de Macario Olivera, nos envía la fotografía de Sofía y el bebé Feliks con una definición: "El último milagro de Macario". Conociendo su humildad y su rigor religioso, vamos a quedarnos con el prodigio de vida que propició, en sus estertores, un hombre bueno. Un buen día, Feliks tendrá noticias de que su alumbramiento fue posible, en parte, por la dadivosidad de quien tanto amaba al prójimo como a sí mismo. Y sabrá, agotada la guerra, que un buen cura lloró cuando conoció el riesgo que corría en medio de la sinrazón bélica.