Me surgieron algunas incertidumbres, porque para intentar acercarse a la verdad es preciso dudar de todas las cosas. Algún buen amigo -algún otro me atribuyó excesiva blandura- me afeó un tono excesivamente agresivo en el comentario tras el partido de Albacete. No voy a ser ventajista y esgrimir que tenía toda la razón, porque prefiero ir contracorriente que aprovechar la oportunidad. El partido de hoy ha sido una pequeña catástrofe desde el principio hasta el fin, desde el técnico hasta prácticamente el último de los jugadores. La buena noticia es que este Dani Jiménez ya es el del año pasado. La mala, la desgracia de Aznar.
Pero, porque me escuchó mi entornó, la contrariedad me asaltó después de la última rueda de prensa de Guilló, en la que negó cualquier tipo de inquietud, de incertidumbre, Ni aun con 4 puntos de 18 en los últimos seis choques, que ahora son 4 de 21. Admitamos que todavía no se ha llegado al cataclismo, pero...
Aunque las comparaciones sean odiosas, lo más preocupante del nuevo Guilló (el que coincide con los malos resultados, por cierto) es la escueta carga de autocrítica y el enorme peso de autocomplacencia. Por eso voy a utilizar la diferencia entre su discurso y el de su predecesor.
Estoy convencido de que una de las razones de la buena temporada pasada, en la que por cierto el límite salarial era paupérrimo al lado del actual, era la trinidad que exhibía el inquilino del banquillo, mucho menos exuberante lingüísticamente que el actual, menos mediterráneo, más hosco. Sus ruedas de prensa, monótonas y monotemas, eran siempre un canto a una metodología innegociable: hay que trabajar las cabezas, hay que incrustar la idea de que la urgencia es siempre máxima (lo decía incluso en la insospechada estancia en puestos de máxima nobleza) y hay que impregnar todo el desempeño de sufrimiento máximo. En un oxímoron, pedía a los futbolistas que les llegara a gustar padecer, porque era la fórmula para abrazar el milagro de una campaña rayana en el milagro.
Guilló necesita servir a sus jugadores una ración de lavado de cabeza, otra de urgencia y una extra de sufrimiento. En el reparto, tiene que atribuirse su propia dosis y empezar a asumir que, en el fútbol profesional, quien no siente temor de dios (así, con mayúscula, ese dios menor que es el que se aparece en forma de resultados), puede acabar en el infierno y, de paso, arrastrar con él a toda la afición.
No, para que quede claro, no creo que no haya solución. Es más, sigo sosteniendo que uno de los problemas es que Guilló se traiciona a sus propios conceptos y que muchos jugadores no se han dado cuenta de que, si quieren ser profesionales de verdad, han de disputar cada balón con los cinco sentidos y con un mínimo de inteligencia. La caída de su rendimiento es alarmante y esta noche, por momentos, parecían aficionados. Y ya se sabe que los aficionados no cobran ni salarios mínimos ni poderosas fichas.
Quizás, en esa tarea de recuperación, no esté de más que alguien de más arriba haga lo que ha hecho durante décadas con singular éxito. Aunque toque la fibra del orgullo del entrenador o del director deportivo, insisto que en responsabilidad compartida con el técnico y es que colocar a un míster novel en la tesitura de colocarle una plantilla copiosa es una insensatez y una zancadilla a sus posibilidades. Pensemos en clave pragmática, entendamos las urgencias y la precisión de sufrimiento, y dejemos pruritos al margen. Aquí somos los de Huesca -entendida por provincia- los que nos estamos jugando las habichuelas de nuestra identidad.
P.D.: que los responsables del club vayan preparando una buena ración de mercado de invierno sin esperar al último minuto.