Ha sido, como Cristo, incómodo para los poderes y alivio para los excluidos del sistema. Ha dejado tantas perlas a través de fascinantes titulares periodísticos que probablemente habrán de pasar años para dimensionar sus enseñanzas.
Como buen argentino, el Papa Francisco irrumpió con una prodigalidad oratoria digna de los clásicos, con una profundidad de pensamiento extraordinaria. Fue recibido de uñas por la simplicidad izquierdista por atribuciones sobre su juventud en el otro plano de las ideologías, y paulatinamente se ganó la animadversión de la simplicidad -entiéndase la reiteración simétrica como una licencia- derechista que pretende patrimonializar el legado de la Iglesia. Obviamente, no todas las personas de derechas, ni de izquierdas ni de centro han compartido la visión sectaria, pero sí se ha empleado a fondo la opinión publicada.
El pontífice ha irritado a unos por su visión pro-vida en sus alegatos contra el aborto y la eutanasia, y a otros por su humanitaria visión del fenómeno migratorio. Ha puesto, de hecho, a los unos y a los otros en el espejo de sus incoherencias, palabras huecas sin acciones concretas. Incluso, por qué no, ha molestado en algunos sectores de la Iglesia por su franqueza. Recuerdo una entrevista con Carlos Herrera en la que, expresivo, espetaba: "No hay nada más feo que un obispo triste. Dios, ¡qué feo es un obispo triste!" También sostuvo que los sacerdotes, a veces, parecen amargados y tristes, más solterones que casados por la Iglesia.
Jorge Bergoglio hizo, desde el principio de su pontificado, una defensa encendida de las clases más humildes. Aquella manifestación, "Cuando tiras comida a la basura estás robando de la mesa de los pobres", se quedó clavada en mi memoria, quizás no en la de este mundo tan derrochador de recursos que puedan disfrutar los necesitados.
Me emocionaron las palabras de "mis tres obispos de cámara sentimental", en el orden que ustedes quieran: José Antonio Satué, Ángel Pérez y Vicente Jiménez. Ricos conceptos para definir a Francisco. El papa de los pobres, de los gestos, de la misericordia, de la sinodalidad y de la ética. El Papa de la esperanza.
Reflejo, dejo para mis reflexiones, del Cristo que hace dos mil años escogió entre la comodidad de plegarse a los poderes -todos- y el dolor extremo por seguir los rectos renglones en los vericuetos de las miserias humanas precisamente para redimir a la humanidad.
El Papa, de cuyos hábitos tiraban los unos, los otros y los de más allá para quitarle su integridad desde las banderías, ha soportado incólume con el auxilio de la fe su pensamiento y su criterio. Aunque le hayan querido colocar en patíbulos doctrinarios.Como Jesús, Francisco ha desnudado las falsedades de los poderes y colocado en el podio de las preferencias a los desfavorecidos. Nos ha puesto a prueba.
Quizás ahí podamos encontrar un espejo en este mundo nuevo tras la Resurrección, con los signos, como explicó el administrador apostólico oscense, de la paz, la esperanza, la alegría y el amor. Gracias, gracias, gracias, Francisco.