La revolución de la fibra: cuando calzarte unas legumbres viraliza más que correr

De repente, la gente habla de sus heces con la solemnidad de quien discute política internacional

patri sola
Gastrónoma y bromatóloga
01 de Noviembre de 2025
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La revolución de la fibra que viraliza el acto de nutrirse bien
La revolución de la fibra que viraliza el acto de nutrirse bien

He visto muchas modas alimentarias pasar. Desde la glorificación del aguacate en tostadas de 14 euros hasta la conversión del kale en símbolo de pureza espiritual. Pero nada, absolutamente nada, me había preparado para esto: el “fibre-maxxing”. Sí, ese fenómeno en el que hordas de jóvenes-adultos, que hasta hace dos días no sabían distinguir una lenteja de una canica, se proclaman devotos del garbanzo, el salvado y la ciruela pasa. Todo en nombre del “intestino feliz”.

La fibra, ese polvo gris que mi abuela añadía discretamente a su desayuno “porque a su edad ya no iba como antes”, se ha convertido en la nueva piedra filosofal del bienestar. El intestino, ese órgano silencioso y discreto que se limitaba a hacer su trabajo sin pedir aplausos, ahora es una estrella de TikTok. Hay vídeos con millones de visualizaciones en los que chicas de veintitantos comparan sus evacuaciones antes y después de comer avena durante una semana. La revolución del tránsito intestinal ha llegado. Y no tiene marcha atrás.

No es que esté en contra de la fibra —Dios me libre—, es que estoy en contra del espectáculo. Porque comer legumbres ya no es un acto cotidiano, sino una performance. Los garbanzos, antes símbolo de comida humilde y de menú del día con pan y vino, han pasado por el proceso inevitable de “rebranding”. Ahora son “chickpeas”, superalimento rico en prebióticos y fuente de plenitud digestiva. Lo que antes era un plato de cuchara ahora viene en formato “bowl” con topping de semillas de chía, una pizca de colágeno hidrolizado y un filtro color arena del desierto.

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Y por supuesto, los gurús del bienestar digital no se han quedado atrás. Esos mismos que hace tres meses recetaban batidos verdes con proteínas “plant-based” que sabían a césped industrial, ahora predican la palabra del tránsito regular. En un carrusel de Instagram, entre una meditación guiada y un código de descuento para suplementos, te recomiendan comer “30 gramos de fibra al día”. Claro, lo mencionan justo antes de publicitar su nuevo “smoothie” ultraprocesado, enriquecido con “fibras funcionales” y “prebióticos activos”. Traducción: azúcar con mejor marketing.

Porque lo más divertido del “fibre-maxxing” no es su base científica —que, ojo, existe—, sino su dramatización. De repente, la gente habla de sus heces con la solemnidad de quien discute política internacional. Hay foros dedicados a comparar texturas, densidades, tiempos de digestión y grados de satisfacción personal. Y yo, que creí haberlo visto todo con los “detox juicing”, he tenido que rendirme a la evidencia: la salud intestinal es el nuevo horóscopo.

Yo, que creí haberlo visto todo con los “detox juicing”, he tenido que rendirme a la evidencia: la salud intestinal es el nuevo horóscopo

Por supuesto, el discurso se reviste de ciencia. “El intestino es el segundo cerebro”, repiten con entusiasmo como si acabaran de descubrir América. Y no les falta razón. Hay estudios que demuestran que un intestino saludable se asocia con un mejor estado de ánimo, una piel más luminosa y hasta menos ansiedad. Pero de ahí a hacer de cada deposición un acto político-mediático, hay un trecho.

Y cuidado, porque el exceso también tiene su lado oscuro. Comer poca fibra te condena al estreñimiento, la hinchazón y un mal humor digno de villano de telenovela. Pero pasarse de entusiasta tampoco es buena idea: demasiada fibra puede inflarte como globo de feria, robarte minerales y convertir tu vida social en un campo de batalla aromático. Hay gente que ha pasado de no ir al baño en tres días a no poder salir de casa sin calcular rutas con acceso a baños públicos.

Así que, como todo en la vida moderna, el problema no es la fibra, sino la obsesión con “performar” la fibra. Porque comer legumbres con naturalidad no vende; lo que vende es mostrar que las comes, de preferencia en un reel con música Lo-Fi y subtítulos tipo “gut healing era”. Lo que era una necesidad fisiológica ahora es un contenido. La digestión se ha convertido en un espectáculo higiénico y aspiracional, donde la regularidad intestinal se mide en likes y visualizaciones.

La digestión se ha convertido en un espectáculo higiénico y aspiracional, donde la regularidad intestinal se mide en likes y visualizaciones

El capitalismo del bienestar es prodigioso: toma lo más básico —comer, dormir, respirar, defecar— y lo convierte en una oportunidad para venderte algo. Antes era el gimnasio; ahora, es tu microbiota. Las marcas ya no te venden barritas energéticas, sino “snacks prebióticos que alimentan tu flora”. Y tú, encantado, te gastas 6 euros en un bote de ciruelas deshidratadas con etiqueta “eco-friendly” cuando tu abuela las compraba a granel y te las ofrecía con un “niña, come esto, que limpia por dentro”.

No niego que hay algo poéticamente justo en que los garbanzos vuelvan a ser tendencia. Después de décadas de desprecio, ahora ocupan el lugar que merecen. Pero el problema es el envoltorio: comer garbanzos ya no es un acto cotidiano, sino una declaración de estilo de vida. Si no los publicas, ¿realmente los comiste? Si tu intestino mejora, pero nadie lo sabe, ¿cuenta como bienestar?

Mientras tanto, los mismos influencers que predican el equilibrio intestinal se atiborran de suplementos con nombres que suenan a medicamento futurista: “inulin”, “psyllium husk”, “resistant starch”. Lo irónico es que muchos de estos productos vienen acompañados de edulcorantes, conservantes y colorantes que precisamente alteran la microbiota. Pero da igual. Lo importante no es lo que entra en tu cuerpo, sino cómo se ve en la foto.

Y ahí está la gran tragedia contemporánea: hemos perdido la espontaneidad incluso para ir al baño. Todo es “content”. La digestión, ese misterio ancestral que une a toda la humanidad, ha sido colonizada por el algoritmo. Lo que antes era íntimo ahora es tendencia. Y en ese proceso, lo saludable se ha vuelto un lujo, una estética, una etiqueta más.

Yo, por mi parte, seguiré fiel a mis lentejas sin hashtags y a mis ciruelas sin código de descuento. No por nostalgia, sino por sentido común y hábito saludable que practico desde que tengo uso de razón. Porque la verdadera revolución de la fibra no está en el “feed”, sino en la despensa. En el simple acto de comer bien, sin hacer un documental de ello.

Y si después de leer esto alguien decide empezar su “viaje intestinal”, adelante. Pero háganse un favor: no lo graben. No todo lo que fluye merece ser compartido.

ACLARACIÓN FINAL: Durante la redacción de este artículo no ha muerto ningún gatito por usar tanta palabreja en inglés. Simplemente quería asegurarme de que, si algún gurú del wellness en redes lo lee, al menos entienda lo que digo. Ya saben, “communication is key”.

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